Capítulo 24

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El lunes por la mañana, Elena quedó con Lucía y Ana para desayunar juntas en el bar que había al lado de la farmacia.

—Tú has tenido sexo —murmuró Lucía nada más verla—. Sexo del bueno —añadió, en tono acusatorio.

Elena amplió su sonrisa sin poder evitarlo y sintió que sus mejillas se ruborizaban. Sí, había tenido sexo, mucho sexo. Y más que bueno, había sido espectacular. Puede que Diego se comportase con torpeza en algunas cosas, pero no en la cama.

Estaba cansada y sentía el cuerpo dolorido, pero no podía dejar de sonreír. Tan solo al recordar algunos de los momentos que había compartido con él aquel fin de semana se le contrajo el vientre de deseo. Debería de estar saciada, pero su cuerpo vibraba como si hubiese despertado de un largo letargo.

—Por como sonríes, Jacobo tiene que ser un dios del sexo —murmuró Ana con expresión de envidia.

—Eso lo tendrás que decidir tú, me ha dicho que te dé su número —repuso Elena con un guiño.

—¿Qué? ¡No me puedo acostar con el mismo chico con el que te estás acostando tú! —exclamó Ana, escandalizada.

—Y no lo harás. Fuimos al cine, pero no hubo nada más, quitando un beso incómodo. Entre nosotros no había química alguna —explicó ante su mirada de desconcierto—. Le hablé de ti y te recordaba de la vez que vino a la farmacia. Parece interesado y es tauro —agregó con un guiño.

—Entonces, ¿quién es el dios del sexo? —insistió Lucía.

—Diego.

Las dos chicas la miraron con el ceño fruncido, sin saber a quién se refería.

—¿Os acordáis de mi nuevo vecino?

—¿Ese que te ha puesto de un humor de perros últimamente? —preguntó Ana, confusa.

Elena asintió y su sonrisa se amplió.

—No lo comprendo, dijiste que era un cretino —convino Lucía.

—Y lo era, pero luego se disculpó y... Creo que es mejor que os lo cuente todo desde el principio.

Minutos después, Ana la miraba con asombro y Lucía muy enfadada.

—No me puedo creer que no me lo hayas contado antes.

—Me daba un poco de vergüenza.

—¿Y Roger? ¡Cómo se le ocurre proponerte que te acuestes con un desconocido! ¿En qué estaba pensando? ¿Sabes lo peligroso que es hacer algo así? —inquirió, siempre tan sensata—. ¡Y nada menos que en un hotel! Podía haberte violado o algo mucho peor.

—Pero no lo hizo. Fue mucho mejor de lo que había esperado, al menos hasta que descubrió la alianza.

—¿Y qué piensas hacer ahora? —preguntó Ana, curiosa.

—¿No ves que no está pensando? —masculló Lucía, todavía enfadada.

—No, no estoy pensando. Por primera vez en mucho tiempo he dejado de hacerlo.

Su declaración, dicha con voz queda, hizo que la expresión de enfado de Lucía desapareciera al instante, sustituida por una mirada de comprensión.

—Al menos cuéntanos algún detalle morboso de ese tal Diego —murmuró al fin con un suspiro de aceptación.

—Es escorpio.

—¡Eso lo explica todo! —exclamó Ana, como si con aquel mínimo dato hubiera aclarado todo—. La relación entre dos escorpios es algo complicada. Al principio puede resultar tormentosa: dos escorpiones enfrentados, dispuestos a clavarse el aguijón a la menor oportunidad. Sin embargo, si consiguen entenderse formarán un equipo muy compenetrado.

Puerta con puertaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora