—¿Vienes a tomarte un café?
Diego separó la mirada de la pantalla a regañadientes y clavó sus ojos en la bonita rubia que lo observaba desde la puerta con una sonrisa esperanzada.
Se llamaba Patricia y era enfermera en la planta de maternidad. Era encantadora, divertida y tenía un buen cuerpo. Se habían conocido en la cafetería del hospital el mismo día en que él comenzó a trabajar allí.
Le gustaba su compañía, pero tenía claro que su relación no iba a pasar de la amistad y no por falta de ganas de ella. Le había dejado caer un par de veces de forma sutil que se sentía atraída por él. Sin embargo, él tenía razones para mantener su relación en un plano asexual. Dos razones muy concretas.
En primer lugar, quería mantener su lugar de trabajo solo para esa función. Con Nuria cometió el error de mezclar el trabajo con el amor y tras su ruptura se vio obligado a dejar también su empleo. Después de todo, ella llevaba más tiempo en aquella empresa y a él le había venido bien un cambio de aires.
El segundo motivo era el que le quitaba el sueño por las noches: su vecina. Hacía cuatro días desde la patética escena del análisis de sangre, en la que él había quedado como un idiota, desmayándose. Lo peor es que no había podido explicarse tal y como quería para que ella lo perdonase y eso lo reconcomía por dentro.
Pero no era solo eso lo que no le dejaba dormir. Era ella en sí. Había algo en Elena que lo atraía de forma poderosa. Lo había sentido aquella primera noche en el pub cuando se acercó a ella, y lo seguía sintiendo cuando la tenía cerca: química. Potente, cruda, avasalladora. Su cuerpo reaccionaba ante su sola visión.
«Te ensañaste conmigo, Diego. Todavía no te he perdonado».
Aquel todavía le había dado un atisbo de esperanza. El problema es que no sabía cómo hacerse perdonar. Por eso, desesperado, en lugar de concentrarse en su trabajo se había puesto a buscar en internet: «Formas originales de pedir perdón», pero las soluciones que daban eran bastante rocambolescas o costaban un dineral, como que un avión trazase en el cielo letras con humo en donde se pudiese leer: «Lo siento».
¿En serio podía haber alguien tan desesperado por hacer aquello?
—Venga, te vendrá bien separar los ojos de la pantalla durante un rato —insistió Patricia.
Diego terminó aceptando con un suspiro.
Minutos después, mientras Patricia hablaba de lo mucho que deseaba ir al cine a ver una película romántica que acababan de estrenar en un simulado intento porque él se ofreciera a acompañarla, a él se le ocurrió la mejor manera de matar dos pájaros de un tiro.
—¿Podrías aconsejarme en un asunto?
Patricia asintió con una mirada de intriga.
—He metido la pata hasta el fondo con una chica y quiero disculparme con ella. El problema es que no quiere escuchar mis explicaciones, así que he pensado en hacerle algún detalle. ¿Qué te parece?
—Esa chica... ¿significa algo para ti?
—¿Qué? ¡No! Bueno, sí —se apresuró a corregir, pues uno de los motivos de aquella conversación era hacer desistirla de su interés por él—. Tal vez —concluyó, al tiempo que se encogía de hombros—. No la conozco demasiado, pero hay algo en ella que me atrae —aclaró de forma sincera.
El rostro de Patricia se oscureció por la desilusión, pero mantuvo la sonrisa en los labios, demostrando que realmente podrían llegar a ser amigos.
—Bueno, llámame tradicional, pero yo siempre he pensado que las flores son un bonito detalle —respondió, tras unos segundos de reflexión—. Pero no vayas a lo cómodo y le compres rosas, ya está demasiado visto. Sé original. ¿Sabes qué tipo de flores le gustan?
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Puerta con puerta
RomanceDiego es justo lo que Elena está buscando: un completo desconocido que está de paso en la ciudad, atractivo y agradable, con el que tener un encuentro sexual intranscendente. Sin embargo, un malentendido hace que todo acabe de la peor manera entre e...