Diego no sabía dónde se estaba metiendo. De lo único que era consciente es de que quería más de Elena. Más de ese cuerpo que se había retorcido de placer entre sus brazos una y otra vez; más de sus caricias, algunas tentativas, otras audaces, todas hambrientas, como si tuviese la misma necesidad de tocar como de ser tocada. Más de los suaves sonidos que había arrancado de su garganta con cada embestida. Más de sus ojos nublados por el deseo, que se llenaban de vulnerabilidad cada vez que llegaba al orgasmo.
Su miembro se endureció con el recuerdo del fin de semana y se revolvió incómodo en la silla de su despacho. No era nada profesional tener una erección en horas de trabajo, pero estaba claro que había dejado de controlar su cuerpo desde el momento en que Elena se cruzó en su camino.
Nunca se había considerado un hombre demasiado sexual, al menos no de la misma forma que Hugo, que no podía estar sin una mujer más de dos días seguidos. Él podía pasar sin sexo durante meses, tan solo masturbándose de vez en cuando para paliar la necesidad de su cuerpo. Con Nuria, el sexo se había reducido a un par de encuentros a la semana, la mayoría de las veces faltos de pasión, ahora lo veía.
Después del atracón de sexo que se había dado en las últimas horas lo normal es que su cuerpo se hubiese sentido saciado. Sin embargo, lejos de ello, vibraba por la necesidad de volver a estar con ella.
—¿Soñando despierto?
Se sobresaltó al escuchar la voz de Hugo.
—¿Qué te trae por aquí?
—Sacarte a comer. Bueno, eso y hablar un rato contigo, que no nos hemos vuelto a ver desde que me dejaste solo con las gemelas.
—¿Te las apañaste bien con las dos?
—¿Acaso lo dudas? —repuso Hugo con una sonrisa de lo más canalla—. Te iba a pedir que me contases qué tal te fue con la vecina, pero en vista de que no has pasado el domingo en su casa y ahora luces una sonrisa de oreja a oreja, la respuesta es bastante clara. ¿Sabes? Acabo de ver a Elena y se la veía radiante.
Diego no pudo evitar esbozar un gesto arrogante y orgulloso.
—¿Dónde la has visto?
—Pasé por la farmacia a por más preservativos —admitió Hugo con un guiño pícaro—. Y antes de que lo preguntes, no, no estaba la morena borde. Al parecer, había salido a hacer un recado —añadió, y Diego detectó un brillo de decepción en su mirada.
—De verdad que no entiendo ese impulso masoquista que te lleva a enfrentarte a esa chica una y otra vez —musitó Diego, mientras se levantaba de su silla, dispuesto a aceptar la oferta de su hermano de almorzar juntos.
Patricia apareció de repente por la puerta.
—Diego, ¿te apetece...? —Se quedó callada cuando vio que no estaba solo—. Perdona, no sabía que tenías compañía.
La última palabra la dijo con un suspiro entrecortado, puesto que los ojos de la enfermera se habían quedado prendados de la seductora sonrisa que Hugo le dedicaba en aquellos momentos.
Diego los presentó, al ver venir lo inevitable.
—He venido a comer con mi hermano, pero está tan ocupado que no va a poder salir del despacho —mintió Hugo sin dudar—. ¿Te apetece acompañarme tú?
Patricia asintió con énfasis. Otra que había quedado presa del encanto de su hermanito.
Diego se dejó caer otra vez en su asiento con un suspiro exasperado, mientras veía cómo Hugo se la llevaba con la mano apoyada en la base de su espalda, un gesto con el que las mujeres parecían derretirse. Puso los ojos en blanco cuando su hermanito le guiñó un ojo por encima del hombro a modo de despedida.
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Puerta con puerta
RomansDiego es justo lo que Elena está buscando: un completo desconocido que está de paso en la ciudad, atractivo y agradable, con el que tener un encuentro sexual intranscendente. Sin embargo, un malentendido hace que todo acabe de la peor manera entre e...