Epílogo

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Dos años y medio después

—¿Lo has hecho alguna vez?

—Nunca.

—Es importante mantener una postura adecuada para no lesionarte la espalda —explicó Diego, mientras la colocaba en posición—. Abre un poco las piernas y flexiona ligeramente las rodillas —indicó, mientras se ponía detrás de ella y colocaba las manos en sus caderas.

—¿Así? —preguntó ella, mirándolo de forma seductora por encima de su hombro.

—Perfecto —aprobó él con voz ligeramente enronquecida—. ¿Estás segura de que lo quieres hacer? —inquirió, mirándola con intensidad.

—Segurísima —respondió ella sin un atisbo de duda.

—Esto es un acto de compromiso mayor que una alianza.

—Lo sé.

—Pues vamos allá —musitó él, poniéndose las gafas de protección. Ella hizo lo mismo—. Una, dos y...

—¡Espera un momento! —exclamó de pronto Elena, cuando Diego había comenzado a tomar impulso—. ¿A la de tres o a la de tres y ya?

—¿Qué más da?

—Es importante. Tenemos que hacerlo los dos juntos.

—Está bien. A la de tres —decidió Diego—. Uno, dos y...

Pom.

Pom.

Los golpes de los mazos retumbaron con fuerza en las paredes del comedor, una y otra vez, hasta que consiguieron abrir un agujero en el muro seguido por una cascada de escombros.

Los dos se miraron y sonrieron. Aquel era el principio simbólico de la obra que iban a llevar a cabo para unir los dos áticos en uno solo. Jacobo se había encargado de hacer el diseño y firmar los planos, y un conocido suyo iba a realizar los trabajos.

Estaba previsto que durase unas seis semanas. De esa forma, estarían completamente instalados y con todo listo para la fecha de la boda, que se celebraría en un plazo de tres meses.

Decidieron casarse por lo civil y luego hacer una celebración sencilla, solo para los más allegados. Tras lo cual, comenzaron a avisar a los invitados: los padres de Diego y los mellizos se habían puesto muy contentos con la noticia; en cuanto al padre de Elena, su relación entre ellos continuaba siendo muy tirante, aunque Carolina continuaba empeñada en mantener a flote el pequeño hilo que todavía los unía, por eso había asegurado que estarían encantados de acudir a la boda.

Lo más difícil para Elena fue dar la noticia a los padres de Sergio, pero los dos se habían mostrado muy contentos por ella. La más entusiasmada con el enlace era Vicky, que con la ayuda de Roger había dejado atrás el pasado y ahora volvía a ser feliz. Habían recuperado su relación y ahora Elena volvía a hacer de hermana mayor con ella.

—¿Se lo has dicho ya a Hugo?

—Sí, he hablado esta mañana con él por Skype.

El hermano de Diego había cumplido su propósito de ir a Japón y, gracias a su talento, había conseguido trabajo como dibujante para Studio Ghibli, un estudio japonés de animación considerado uno de los mejores del mundo, con obras en su haber como La princesa Mononoke o El viaje de Chihiro. Todo un sueño hecho realidad para Hugo, aunque su familia lo echaba muchísimo de menos.

—¿Y qué te ha dicho?

—Que he tardado demasiado tiempo en convencerte para que te cases conmigo.

—¿No le has contado que fui yo la que te lo pidió a ti? —inquirió Elena, confusa.

Después de dos años y medio viviendo juntos, y en vista de que Diego no había dado ningún paso para formalizar su relación, ella había decidido dar el paso y proponérselo a él.

Había sido en la terraza de su casa. La había llenado de velitas una noche de luna llena y había puesto Sin miedo a nada de fondo, pues se había convertido en su canción de pareja. No se había arrodillado, tan solo le había pedido que bailase con ella y, cuando la tenía abrazada, le había susurrado al oído: «Casémonos».

—Hugo sabe que llevo deseando casarme contigo desde hace dos años, pero no quería obligarte a nada, así que ideé un plan.

—¿Qué plan?

—Esperar a que tú me lo pidieras a mí.

—¿Y si no lo hubiese hecho?

—Te olvidas de que me amas. Era un plan infalible —declaró Diego con una sonrisa arrogante.

—Era un plan tonto —repuso Elena con un bufido—. Si me lo hubieses pedido hace un año te habría dicho que sí.

La sonrisa de Diego fue sustituida por una mueca de frustración que la hizo reír. Él se vengó besándola hasta quitarle el aliento.

—¿Has conseguido hablar con Lucía?

—Sí, me ha dicho que nunca se lo perdería, aunque tenga que cruzar medio mundo para llegar a la boda.

Hace dos años, poco tiempo después de que Hugo se fuese a Japón, Lucía había decidido hacer realidad su sueño y tomarse un año sabático para recorrer el mundo. Sin embargo, en vista del éxito que había tenido su blog, que incluso había conseguido un patrocinador que costease sus gastos, su año sabático se había ido alargando y no parecía que tuviese intención de volver en mucho tiempo.

Amparo no había puesto impedimento alguno en ser un obstáculo para los sueños de su hija. La farmacia funcionaba a la perfección, aunque era cierto que la echaban mucho de menos.

El único que había puesto el grito en el cielo había sido Edu y no había dudado en cortar la relación en cuanto Lucía le dijo que tenía intención de tomarse un tiempo para recorrer el mundo. Cosa que, en el fondo, había alegrado a Elena, porque el tiempo había demostrado que ese chico no era el adecuado para su amiga.

Después de todo, Ana había acertado en sus predicciones sobre la compatibilidad de los horóscopos.

Jacobo y Ana, Tauro y Cáncer, formaban una pareja sólida y bien avenida. Llevaban un año viviendo juntos y se les veía muy felices.

Diego y Elena, dos Escorpios. Tal y como dijo Ana, una vez acordaron no pincharse con su aguijón, habían conseguido formar un equipo muy compenetrado. En cuanto a la atracción sexual, seguían saltando chispas entre ellos con solo una mirada.

Edu y Lucía, Virgo y Sagitario, formaban una pareja de naturalezas tan diferentes que no habían podido afrontar sus incompatibilidades. No, Lucía necesitaba a alguien más espontáneo y aventurero, que no dudase en cruzar el mundo con ella si fuese necesario. Necesitaba...

—Hugo es Aries, ¿verdad?

—Sí, ¿por qué?

—Creo que tengo un plan.

Puerta con puertaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora