Diego estaba en lo cierto. Antman no era una gran película, pero, aun así, resultó muy entretenida. Tal vez en parte porque se sentía muy a gusto con Jacobo, como si lo conociera de toda la vida.
Era un chico alegre, con una visión optimista de la vida y de gustos sencillos. No tenía ningún trauma pasado que enturbiara su carácter y tampoco se sentía desengañado con el amor. De hecho, por lo que le había contado, tenía ganas de encontrar una buena chica con la que formar una familia.
Lástima que no fuera a ser Elena.
Ella lo supo con seguridad cuando llegaron a su patio, en el momento en que él puso los labios sobre los suyos.
Cuando se separaron él parecía tan desilusionado como ella.
—No ha estado mal, ¿verdad? —musitó, incómodo.
—No, ha sido... agradable.
—Si hubiese sido un buen beso, no lo describirías como agradable —repuso él con una expresión de cautela en el rostro.
—No, la verdad es que ha faltado chispa —reconoció ella, y lo miró con sorpresa al ver que él esbozaba una sonrisa de alivio—. ¿Tú también lo has sentido?
—Lo que he sentido es que no sentía nada —confesó él con mirada de disculpa—. Eres una chica encantadora y muy guapa, pero creo que entre nosotros falta...
—Química —dijeron al unísono y se echaron a reír.
—De cualquier forma, creo que estamos en un punto en que no buscamos lo mismo en una relación. Yo quiero algo más que un rollo de una noche y tú...
—Yo no estoy preparada para embarcarme en una relación seria —admitió Elena. Un pensamiento repentino cruzó su mente—. ¿Qué horóscopo eres?
—Tauro.
«Perfecto», pensó con una sonrisa.
—¿Sabes? Tengo una compañera de trabajo que creo que te podría interesar. Es rubia, muy bonita, y...
—¿Es la que estaba contigo cuando fui aquel día a la farmacia? —inquirió Jacobo, y ella detectó un atisbo de interés en sus ojos.
—Sí, se llama Ana. Si quieres puedo darle tu número de teléfono —propuso con un guiño.
Él aceptó sin dudar y después de un par de minutos más de charla amigable se despidieron con dos besos. Elena entró en el patio.
Estaba esperando el ascensor cuando escuchó que la puerta se abría. Al instante, el silencio fue interrumpido por un par de risitas femeninas y un tanto achispadas provenientes de dos preciosas rubias, casi idénticas, que acababan de entrar.
Contuvo una maldición al reconocer a los dos hombres que las acompañaban. Apretó el dedo sobre el botón de llamada, rezando en silencio para que el ascensor apareciera y se pudiera colar antes de que la descubrieran, pero no tuvo tanta suerte.
—¡Mira quién está ahí, hermanito!
Cerró los ojos, respiró hondo y se giró hacia ellos mientras componía la sonrisa despreocupada que había pintado en su rostro todo el día y que había conseguido que acabara con agujetas en las mejillas.
—¡Hola, vecinos! Os veo muy bien acompañados —musitó.
Diego la miró con el rostro inescrutable. Estaba serio y parecía incómodo mientras una de las gemelas se colgaba de su brazo como una enredadera.
—Estas son Marisa y Larisa —respondió Hugo con su habitual sonrisa pícara—. Vamos a tomar la última copa en nuestra casa —añadió con un guiño intencionado.
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Puerta con puerta
Storie d'amoreDiego es justo lo que Elena está buscando: un completo desconocido que está de paso en la ciudad, atractivo y agradable, con el que tener un encuentro sexual intranscendente. Sin embargo, un malentendido hace que todo acabe de la peor manera entre e...