Capítulo 26

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Entraron en la habitación comiéndose la boca y arrancándose la ropa en el proceso.

—Eso que estás haciendo por la señora Paquita, lo de las clases de informática, es un detalle muy bonito —musitó ella entre beso y beso—. Por no hablar de la tostadora que...

—¿De verdad quieres que hablemos ahora de la señora Paquita? —farfulló él, mientras la arrojaba ya desnuda sobre el colchón.

—No, claro que no, es solo que... —Perdió el hilo de lo que estaba diciendo cuando descubrió el lienzo que había sobre el cabecero de la cama.

Se incorporó de golpe y lo observó azorada. Se trataba de un retrato monumental de Diego. Un desnudo en el que se podía apreciar su cuerpo de dios... Pero que no hacía ninguna justicia a sus atributos masculinos.

Le causó tal impresión que se echó a reír.

—¿Esto también es cosa de tu madre? —inquirió entre risas.

—No está tan mal —repuso él con una mueca y un poco de rubor en las mejillas.

—Hombre, teniendo en cuenta que te ha puesto la pilila de un niño de tres años...

—¿Pilila? —inquirió Diego con una sonrisa ladeada—. Al miembro masculino no se le llama «pilila» —aclaró, mientras se tumbaba sobre ella.

—¿Y cómo se le llama? —susurró excitada, al sentirlo desnudo sobre ella.

—Pene, verga, polla o, en mi caso, la novena maravilla del mundo —bromeó, y procedió a demostrarle por qué merecía semejante título.

Más tarde, tumbados en la cama uno al lado del otro tratando de recuperar el aliento y con la conversación que había tenido con Roger todavía reciente, Elena quiso aclarar ciertas cosas con él.

—Creo que deberíamos establecer ciertas normas entre nosotros —musitó con la mirada clavada en el ventilador de techo que había sobre la cama, observando cómo las hojas giraban con suavidad de forma hipnótica.

Sintió que Diego se incorporaba a su lado, doblando el brazo y apoyando la mejilla sobre la palma de su mano para mirarla de forma directa.

—¿Qué quieres decir? —inquirió con ese tono ronco de voz que provocaba estremecimientos en su piel.

—Ya sabes, algún tipo de reglas que delimiten nuestra... —Iba a decir «relación», pero se corrigió al instante—. Esto —concluyó, sin que se le ocurriera una forma de llamarlo.

—No creo que nuestra «esto» necesite estar delimitada por normas —repuso él.

—Pues yo creo que sería lo mejor para evitar que alguno de los dos se... desilusione —farfulló ella.

—¿Qué tienes en mente?

—La verdad es que no lo sé —admitió ella con un suspiro—. Pero creo que deberíamos hablar de ciertas cosas, como las expectativas que tenemos sobre «esto».

Diego la observó en silencio durante unos segundos, con una intensidad que hizo que se sintiera incómoda.

—Déjalo, no sé lo que estoy diciendo —musitó ella, mientras se incorporaba en la cama dispuesta a alejarse de él.

Sin embargo, antes de que pudiese hacerlo, Diego puso la mano sobre su pecho y la empujó de nuevo contra el colchón.

—¿Quieres establecer reglas?

—Sí —musitó, incapaz de decir algo más.

—Regla número uno: total sinceridad. Nada de mentiras entre nosotros. ¿Estás de acuerdo?

Puerta con puertaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora