Capítulo 8

37 4 0
                                    

Diego se puso de puntillas y asomó la cabeza, tratando de ver algo a través de la cortina que había quedado ligeramente entreabierta.

¿Quién sería el tipo con el que estaba Elena?

Aunque parecía un cuarentón no podía negar que estaba en forma y tenía esa aura de peligro que atraía a las mujeres. ¡Joder, estaba bueno! Bajo un punto de vista femenino, claro. Sin embargo, no era el marido de su vecina. Él se llamaba Sergio y había oído que llamaba Roger al macarra vestido de cuero. Más en concreto Roger, querido.

¿Sería un familiar? ¿Un amigo? ¿Otro de sus amantes?

—Cariño, ¿dónde tienes...?

La voz de su madre, justo a su espalda, le hizo dar un respingo. Se giró hacia ella al instante y sintió que se ruborizaba al haber sido pillado infraganti.

Matilde Hidalgo acababa de cumplir cincuenta y ocho años, pero se conservaba muy bien. A pesar de que su cabello oscuro había encanecido de forma prematura y ella se resistía a tintarlo, alegando que el pelo gris estaba de moda, pocas eran las arrugas que marcaban su piel. Era bajita y algo rechoncha, aunque su escasez de altura era suplida con un carácter fuerte y enérgico; sin embargo, conservaba un corazón muy tierno y cariñoso.

La mujer, que lo conocía bien, en seguida se percató de que estaba azorado y, poniéndose de puntillas, se asomó también, curiosa por ver lo que había estado mirando.

—¿A quién estabas espiando? —preguntó en tono de conspiración.

—A nadie, mamá.

—Seguro que a la vecina —comentó Hugo, que apareció de repente y se puso al lado de su madre—. Está obsesionado con ella —añadió en un susurro confidente.

—¡No estoy obsesionado con ella! —protestó Diego al instante.

—¡Ssshhh! Te van a oír —amonestaron los dos al unísono, sin apartar la mirada de la casa de al lado.

—¿Tu vecina está buena? —inquirieron los benjamines de la familia al unísono, asomándose también a la terraza contigua.

Álvaro y Marcos eran mellizos de físico y carácter opuestos, pero en lo referente a mujeres sus hormonas adolescentes se comportaban de forma idéntica. Pese a tener solo diecisiete años ya habían superado el metro y ochenta centímetros de estatura. Al igual que sus hermanos mayores, Marcos era moreno y de ojos castaños; por el contrario, por algún capricho genético, Álvaro tenía el cabello rubio y los ojos azules, lo que le había acarreado el apodo familiar de «el adoptado».

—Está casada —masculló Diego.

—Eso no responde a la pregunta de tus hermanos —observó su madre.

—Está buena —confirmó Hugo.

—Y está casada —insistió Diego.

—Pues su marido no está nada mal, tiene un aire a Gerald Butler —musitó Matilde, en un momento en que el aire removió las cortinas y pudieron divisar al hombre que en ese instante estaba en el comedor hablando con Elena—. ¡Menudo bombón!

—¡Mamá! —protestaron los cuatro hermanos Montoya al unísono.

—¡Oh, vamos! Que esté felizmente casada con vuestro padre no significa que me haya quedado ciega.

—Vuestra madre y yo tenemos un acuerdo: se puede mirar, pero no tocar —corroboró el cabeza de familia, reuniéndose en la terraza con el resto de su familia—. Aunque como me pille mirando mucho a una mujer seguro que me tiene una semana comiendo lentejas de lata —adivinó, y su mujer no lo negó, es más, sonrió y le dio un codazo cariñoso a su marido cuando él se acercó a ella, que le respondió con un beso en la sien mientras le daba una palmadita cariñosa en el trasero.

Puerta con puertaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora