—Creo que le va a costar encontrarme la vena, nunca me acertáis a la primera.
Elena sonrió al anciano mientras revisaba sus brazos para comprobar el estado de sus vasos sanguíneos. En verdad eran casi invisibles, pero ella tenía fama de ser infalible.
—Siempre hay una primera vez —comentó con un guiño, tratando de mostrarse confiada, y rezó para estar en lo cierto. Sabía lo molesto que podía ser que te dejasen el brazo como un colador.
Por fin, se decantó por el izquierdo y le ató con fuerza la banda elástica en la parte superior con el fin de aplicar presión en la zona y que las venas se llenasen más de lo normal. Luego le indicó que cerrase la mano con fuerza para aumentar el efecto, y con los dedos tanteó la fosa cubital en busca de su objetivo. Le costó unos segundos, pero al fin encontró lo que andaba buscando. Aplicó el desinfectante con cuidado y tomó la jeringuilla mientras entablaba con el hombre una conversación banal sobre el tiempo que derivó en lo orgulloso que estaba de sus nietos.
—¡Listo! —exclamó al cabo de unos segundos, mientras le desataba el torniquete.
—¿Ya? Casi no he sentido nada —farfulló el anciano con sorpresa—. Pues es verdad lo que dicen por el barrio.
—¿El qué?
—Que tiene manos de ángel.
Sintió que se ruborizaba de pura felicidad.
—Vaya, gracias.
—Gracias las suyas, señorita —repuso el anciano.
Elena le colocó un algodoncito encima de la punción y se lo fijó con una tirita.
—Mantenga el brazo doblado unos minutos para evitar que le salga un hematoma —le indicó, mientras le mostraba cómo hacerlo—. En cuanto tenga los resultados le mandaré un mensaje al móvil para que venga a recogerlos o, si lo prefiere, se los puedo mandar directamente a su email.
—Pues casi mejor me lo manda a mi email, así me ahorro el paseo. Tome nota: .
Elena reprimió una sonrisa mientras introducía el email en su ficha.
—Voy a recomendarla a todos mis amigos de la Casa del jubilado —aseguró el anciano, antes de irse.
Elena suspiró con satisfacción al verlo marchar. Nunca se imaginó que acabaría gustándole tanto aquel trabajo.
Decidida a tener la mejor farmacia del barrio, hace cinco años Amparo compró el bajo continuo para ampliar y remodelar la pequeña botica que había heredado de sus padres. De esa forma pudo habilitar una gran zona de parafarmacia y otra de analíticas clínicas, con un enfermero a punto de jubilarse a la cabeza.
Elena empezó a trabajar allí como su asistente cuando hacía las prácticas de enfermería en Casa de Salud. Lo hizo con el propósito de ganar un dinerillo extra para la entrada del piso y por la posibilidad de mejorar su técnica de extracción de sangre. Sin embargo, se había sentido tan a gusto allí que, cuando el enfermero se jubiló y su jefa le ofreció la posibilidad de que fuera ella la que lo sustituyera al mando del servicio de analíticas, no lo dudó. Puede que no ganase tanto dinero como trabajando de enfermera, pero evitaba los turnos rotatorios y las guardias que conllevaba aquel empleo.
Como complemento extra había decidido sacarse el título de Técnico en farmacia y parafarmacia, para poder echar una mano a sus compañeros cuando no tenía que atender a nadie.
Era el único inconveniente de aquel trabajo, que la mayoría de la gente iba a primera hora de la mañana, normalmente, antes de las diez, y el resto del día transcurría con relativa tranquilidad.
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Puerta con puerta
RomanceDiego es justo lo que Elena está buscando: un completo desconocido que está de paso en la ciudad, atractivo y agradable, con el que tener un encuentro sexual intranscendente. Sin embargo, un malentendido hace que todo acabe de la peor manera entre e...