Capítulo 19

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Diego acudió al gimnasio después del trabajo con una mezcla de nervios y expectativa.

Para su sorpresa, el plan B de su hermano había resultado ser tan inofensivo y razonable que había decidido ponerlo en práctica aquel mismo día, aunque todavía conservase en el cuerpo el susto por el incidente del gato volador.

El plan era sencillo: propiciar un encuentro con Elena en un sitio neutral. Un lugar en el que ella se sintiera cómoda y no pareciese que la estaba acosando. Como, por ejemplo, el gimnasio.

—En esta ocasión no puede salir nada mal —musitó para darse ánimos a sí mismo, mientras se dirigía a la zona de cardio donde esperaba que ella estuviese.

—Yo no lo diría demasiado alto, hermanito —replicó Hugo, que había decidido acompañarlo utilizando una de las invitaciones que ofrecía el gimnasio para una sesión, alegando que así le daba apoyo moral, aunque sospechaba que en verdad su hermanito quería un asiento en primera fila para el espectáculo—. Tienes un don especial para meterte en las situaciones más absurdas.

—Esta vez será diferente, lo presiento —insistió Diego, manteniendo un pensamiento optimista.

La localizó cuando estaba entrenando en un stepper, y sus ojos fueron secuestrados por el espectacular trasero que subía y bajaba con el movimiento de la máquina.

No es que vistiera especialmente provocativa: llevaba una camiseta de tirantes roja y unos pantalones pirata negros, lejos de los mini tops y minishorts que lucían algunas chicas para presumir de cuerpazo, pero desprendía una naturalidad subyugante. Al menos para él.

—Adelante, hermano, tú puedes. Demuestra de qué pasta estamos hechos los Montoya —susurró Hugo, al tiempo que le daba un codazo.

Armándose de valor, se puso en el stepper que estaba al lado de Elena y la saludó con simulada indiferencia mientras programaba la máquina. No le pasó desapercibido que tuvo un pequeño sobresalto cuando lo reconoció, pero él comenzó a hacer ejercicio como si nada, centrando su atención en la pantalla que había delante de ellos y en la que se podían ver videos musicales variados. Ella acabó retomando el ritmo.

Le costó un gran esfuerzo no dirigirle una mirada de reojo ni entablar conversación, cuando la verdad es que se moría por hablar con ella. Pero sabía que si forzaba la situación ella huiría. Tenía que ser Elena la que diese el primer paso.

Por el rabillo del ojo vio que Hugo alzaba el pulgar en señal de aprobación, pero la atención de su hermano pronto se desvió hacia un par de bombones embutidos en licra.

Tras diez minutos y ochocientos treinta y dos escalones su paciencia se vio recompensada.

—Me alegra ver que no te he roto la nariz.

—Tranquila, no sería la primera vez que alguien lo hiciera.

La voz les salía entrecortada porque ninguno había disminuido el ritmo.

—¿Sueles hacer el payaso muy a menudo?

—Más veces de las que pretendo, aunque contigo he batido récords.

—No te lo voy a negar —replicó ella con voz seca.

Aquellas cinco frases componían la conversación más larga que habían tenido desde que se hiciera la analítica. Y también la más cordial.

Diego iba a volver a pedirle disculpas cuando un pitido lo detuvo. Vio con consternación cómo Elena rebajaba su ritmo hasta detenerse.

—Va a empezar mi clase —suspiró ella, mientras se secaba el sudor con la toalla—. Hasta otra.

Puerta con puertaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora