Capítulo 11

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—Vamos a tener que hacer un pedido extra de Control XL Finissimo —anunció Lucía, mientras repasaba el inventario—. Desde que el follador de la pradera viene a esta farmacia el stock que teníamos para un mes lo hemos vendido en dos semanas.

—¿El follador de la pradera? —repitió Elena con una ceja arqueada y una sonrisa.

—Un idiota que viene por las tardes.

—No digas eso, es encantador y guapísimo —suspiró Ana de forma ensoñadora—. Además, es Aries, uno de los horóscopos más seductores.

—Lo de seductor te lo concedo. Me lo he cruzado varias veces por el barrio y siempre lo he visto acompañado de una chica diferente —bufó Lucía con disgusto.

—Porque es encantador y guapísimo —insistió Ana—. Y si a eso le añades que usa una talla XL. ¡Quién lo pillara! —musitó, y volvió a suspirar.

—Caca, Ana, caca —masculló Lucía, exasperada.

—¿Pero tú no decías que querías pasar de ese tipo de chicos y centrarte en encontrar un buen chico? —le recordó Elena.

—Sí, pero... ¿Os imagináis lo que sería que un chico como ese se enamorase? ¡Sería el sueño de cualquier mujer!

—Ese tipo de chicos no se enamoran —declaró Lucía con convicción—. Y, en el caso improbable de que lo hagan, será por poco tiempo. Son el tipo de hombres que acaban poniéndote los cuernos.

Elena miró a su amiga con suspicacia.

—¿Hablas por propia experiencia?

—Mi primer amor: Alberto —confesó Lucía, después de unos minutos en silencio—. Lo conocí en el último año de instituto. Era el más popular: guapo, encantador, inteligente.... —Su mirada se perdió en los recuerdos por un momento—. Cuando se interesó por mí no me lo podía creer. Yo era la típica empollona con un físico normalito; nada que ver con las chicas con las que solía salir. Estuvo dos meses detrás de mí, conquistándome, y me hizo sentir en las nubes. Sin embargo, cuando por fin lo logró, después de una semana juntos pasó a otra. Yo solo fui un reto para él —masculló, y todavía había un deje de dolor en su voz. Miró a Ana antes de proseguir—. Ese tipo de hombres están enamorados de la emoción de la conquista, no de la mujer en sí. Si quieres un polvo de una noche seguro que quedarás más que satisfecha, pero si buscas algo más...

—Estoy cansada de los polvos de una noche —musitó Ana.

—Entonces pasa de él —concluyó Elena.

—Será mejor que volvamos al trabajo antes de que mi madre nos llame la atención —murmuró Lucía, cuando escucharon la voz de Amparo desde la tienda.

En cuanto salieron comenzaron a atender a los clientes.

—Quiero una caja de pastillas —anunció una mujer de unos setenta años.

Elena intercambió una mirada rápida con Lucía, que estaba a su lado.

—¿Cómo se llaman? —preguntó, armándose de paciencia.

—Pues el caso es que no me acuerdo —suspiró la clienta, y se quedó pensativa.

«Ya empezamos», se dijo Elena, mientras sonreía con amabilidad desde detrás del mostrador.

—Son unas chiquititas de color blanco. Si me enseñas la caja te confirmo —ofreció la mujer, solícita—. Es cuadrada con las letras azules.

—Señora, ¿sabe cuántas pastillas hay en nuestro almacén que se ajusten a esa descripción? —intervino Lucía.

Puerta con puertaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora