| Capítulo 23 |

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Liam

El lugar era pequeño y estaba más cerca del aeropuerto que del edificio. Algunos de los empleados nocturnos ya me conocían, porque acudía al lugar más seguido de lo que me gustaría admitir. Era una combinación de olores mezclados con el café recién hecho.

Nos sentamos en una mesa junto a la ventana. El lugar estaba frío, agradecía eso, ya que el día estuvo caluroso, pero la noche era algo fresca, pero no del todo. Era lo malo de vivir en la costa, la temperatura no descendía mucho.

—Buenas noches—nos saludó la mesera. Al verme sonrió— ¿lo mismo de siempre? —preguntó.

—Está vez, quisiera una hamburguesa, pero la bebida sí será la de siempre. No puedo vivir sin mi café.

—Y usted señorita, ¿Qué es lo que va a pedir?

—Un café y un sándwich.

—Perfecto, en unos minutos les traigo su pedido.

La mesera se fue y nos dejó solos de nuevo.

—Quisiera saber ¿qué es lo que pides siempre?

—Una sopa de verduras. Por lo regular siempre vengo cuando llego de madrugada y pido lo mismo. Porque no me gusta comer mucho a esa hora.

— ¿Cómo descubriste este lugar? —preguntó.

Reí.

—Una madrugada venía más dormido que despierto y tomé una ruta que no era al departamento.

—Es decir, te perdiste.

Asentí.

—Me perdí y llegué aquí. Me estacioné, no tenía carga en mi celular, así que llegué, pedí algo de comer, pregunté si podía cargarlo, me dijeron que sí y cuando terminé, busqué la ruta al departamento. Y a partir de ese día se me hizo una costumbre venir a cenar aquí cuando llego de madrugada. Porque queda cerca del aeropuerto.

Por la ventana se veían como los aviones descendían para aterrizar y otros se elevaban para irse.

Ella miró su celular, lo dejó en la mesa y cuando lo hizo, miré la hora, 10:40 pm. Eran casi las 11 de la noche. Ella tenía cara de cansancio y uno de sus risos caía por su mejilla. Sonrió cuando se dio cuenta que la miraba.

— ¿Qué es lo que miras? —preguntó.

— ¿Está cansada?

—No para nada—noté sarcasmo en su voz. Soltó una respiración sostenida—. Tuve un pésimo día. Lo único que quiero es llegar, tirarme en la cama, y dormir tres días seguidos.

—Cuénteme sobre tu acosador, ¿la sigue molestando?

—Desde nuestra relación—hizo comillas en el aire—sus insinuaciones son menos, pero sigo preocupada por Abigail, ahora lo evita. Siento que deberíamos investigarlo, pero no puedo andar preguntando por él sin que crea que estoy interesada.

—Puedo investigarlo si así lo quiere.

— ¿Hablas de contratar a alguien para que lo investigue?

Asentí.

—No sé por qué siento que debería pensarlo antes de tomar una decisión.

— ¿Qué es lo que tiene que pensar? Ese hombre es un acosador y si me preguntas a mí, creo que obligó a Abigail a hacer algo que ella no quería.

— ¿Crees que...? —no terminó de completar la pregunta, pero sabía a lo que me refería.

—Sí, lo creo.

Se quedó callada un par de segundos.

—Sí, Hazlo. Lleguemos al fondo de esto.

A la mañana siguiente, fui a visitar a mi abuelo para tratar de averiguar si seguía en contacto con alguien que me podía ayudar con mi nueva misión.

Era bastante temprano, casi las ocho de la mañana y él ya estaba despierto. Estaba desayunando en su comedor, al verme llegar me sonrió.

—No te esperaba tan temprano—tomaba una taza de té. Vi como hizo un gesto de desagrado cuando lo bebió.

—No es tan malo el té—comenté al sentarme frente a él.

—Extraño beber mi café—al igual que yo le encantaba el café, pero el médico se lo prohibió y a comenzado a beber té para sustituirlo desde entonces— ¿Ya me dirás por qué me visitáis tan temprano?

—Es que quería preguntarle algo.

Me miró serio.

— ¿Qué es lo pasa?

— ¿Sigue en contacto con José Paredes?

José Paredes era un viejo amigo de mi abuelo, que en su juventud también había sido piloto, pero después de ejercer unos 15 años se retiró para convertirse en investigador privado y montar su agencia. Se hizo bastante popular, incluso apoyaban a agencias extranjeras en dicha labor.

—Sí, pero ya no ejerce como investigador, quien está a cargo ahora es su hijo, Tomás, ¿pero para que queréis un investigador?

—Es algo delicado y secreto, no puedo contarle.

—Me puede dar algo, si no me dices, porque estaré pensando todo el tiempo en eso—sobreactuó tocándose el pecho. Al viejo le encantaba el chisme, al igual que a todos en el edificio; lo que le había dicho era sincero, no podía decirle la verdad, una que involucraba a Valentina, porque sabía que la apreciaba y querría involucrarse en ello y no podía permitirlo por su salud.

—No es para mí, es para una amiga.

— ¿Pero si no tienes amigos?

Reí sarcásticamente.

—Ya piensa igual que los vecinos, pero sí, tengo amigos, que no los conozca es diferente.

—Le haré una llamada a José y le diré que vas a ir a la agencia—sonrió.

—No es para mí.

—No sé qué es lo que tramas, pero está bien si no me quieres contar, son tus asuntos, solo no te metas en problemas.

—Descuida. No pasaránada malo. 

 

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Nuestras mañanas de marzoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora