| Capítulo 24 |

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Liam

Esa misma mañana llamé a la agencia, me concedieron la cita para ese mismo día en la tarde.

La agencia estaba ubicada en una zona residencial de la ciudad, en un edificio de unos quince pisos y esta abarcada el último del mismo. Cuando subí hasta ahí, me recibió una chica que comenzaba sus veintes, de cabello castaño, era más alta que yo. Estaba detrás de un escritorio bastante moderno, con cuadros abstractos en las paredes. Me sonrió, preguntó mi nombre, al saberlo abrió los ojos como platos y de inmediato me pasó a lo que se pudiera considerar una sala de juntas, era toda de cristal y tenía persianas por si necesitabas un poco de privacidad.

Me senté, me ofreció un café pero me negué. Pasados unos cuantos minutos atravesó la puerta un señor de unos cincuenta años, de cabello negro con algunos toques de gris, venía acompañado de un señor que parecía tener la misma edad que mi abuelo, habían pasado los años, pero lo reconocería en cualquier parte. Mi abuelo tenía una fotografía de él en su sala de estar, era una de mis favoritas, salían ellos dos y detrás el avión que pilotaron juntos por varios años.

Me levanté y los saludé de mano.

—Mi estimado José Paredes, los años no pasan por usted—los tres nos sentamos.

—La última vez que le vi, tenía como unos cuatro años—y era cierto. Fue antes de que mi familia se alejara de mi abuelo— ¿Cómo está ese viejo cascarrabias de su abuelo? —su voz fue enérgica y tenía una sonrisa en el rostro.

—El mismo de siempre, no cambia. Lo puse en reposo, no quería pero no tenía de otra.

—Me contó sobre su infarto—noté su semblante decaído— ¿En qué podemos ayudarle?

—No pensé encontrármelo aquí, mi abuelo me dijo que ya no trabaja.

—En realidad, ya no lo hace—respondió su hijo—pero al recibir la llamada de su abuelo, quiso venir el mismo.

— ¿Lo mandó mi abuelo, para que le contara el chisme?

Rió.

—En realidad, por cuestiones de seguridad y legales no puedo contarle nada a él sobre lo que hablaremos o para el asunto que nos va a contratar.

—Son éticas de la empresa—intervino Tomás—Su caso estará seguro con nosotros.

— ¿Para qué ha venido?

—Tengo un problema. En realidad, una amiga tiene un problema—decidí omitir la parte del acoso—Hay un hombre en su trabajo que no nos da buena espina. No lo sé llámamelo corazonada, pero hemos decidido investigarlo.

—Tiene su nombre y/o alguna fotografía.

Les entregué la carpeta que traía con su fotografía y una hoja blanca con algunos datos que Valentina me había proporcionado, como su nombre completo, el de la empresa y algunas cosas de las que se había enterado por los demás que tal vez pudieran servir.

—Rafael Guzmán Espino—dijo en voz alta Tomás—No sé, pero me suena demasiado ese nombre y estoy seguro que no lo hemos investigado, ¿recuerdas papá si alguna vez lo investigamos?

Negó con la cabeza.

—Pero su nombre también me es demasiado familiar.

—Haremos lo nuestro y le llamaremos por teléfono cuando tengamos algún dato que le pueda ser útil.

Asentí y me levanté.

—Gracias por su tiempo—extendí mi mano para que ambos la estrecharan, eso hicieron, pero José caminó hasta mí y me abrazó con fuerza.

—Salude a Joaquín de mi parte.

—Así lo haré— y salí de la habitación.

Cuando salí le mandé un mensaje a Valentina.

"Está hecho. La investigación está en su curso. Pronto veremos resultados".

Pasaron varios minutos. No recibí respuesta. Ya iba de regreso al departamento, casi llegando a él, cuando volví a mandarle otro mensaje.

"Iré a recogerla de nuevo el día de hoy. ¿Saldrá a la misma hora de ayer?"

Llegué al departamento, me di una ducha rápida y me preparé algo rápido para cenar. Estaba comiendo cuando recibí su mensaje en respuesta.

"Lo siento, pero estaba demasiado ocupada en el laboratorio. Voy tomando mi celular, lo tenía en mi oficina. Saldré tarde otra vez. No es necesario que vengas todos los días por mí. No es tu responsabilidad".

"Tiene razón no lo es, pero me preocupo por usted. Es lo que un novio haría".

Pasaron varios minutos cuando recibí un simple ok, seguido de una hora. 10 pm.

Pasar tiempo juntos se convirtió en nuestra rutina. Tuve una semana de descanso en el trabajo, así que esos días la llevaba y recogía del trabajo. Toda esa semana salió ya entrada la noche, así que la llevé a mi pequeño lugar a cenar todas las noches. Ese tiempo que conviví con ella diario, me sirvió para darme cuenta que me gustaba estar cerca de ella, más de lo que creía.

Ya para finalizar la semana, el viernes, para ser específico la vi llegar cerca de las 4 de la tarde. Caminaba por el pasillo del piso donde se encontraban nuestros departamentos. Ella iba saliendo del elevador, lucía agotada, con un semblante serio, sabía que algo no estaba bien. Había algo en ella, en su mirada, en su energía, que no irradiaba la misma de siempre.

Me abrazó en cuanto me vio, raro en ella.

— ¿Está todo bien, Doctora Bacterias? —pregunté.

Respiró profundo y asintió. No me soltó, su cabeza quedaba a la altura de mi pecho, con mi mano tomé su cabello y comencé a acariciarlo.

— ¿Por qué lo preguntas?

—Porque me está abrazando—fue entonces cuando se dio cuenta de su acción.

—Lo siento—dejó de abrazarme—No me di cuenta de lo que hacía. Estaba tan sumergida en mis pensamientos.

—Es raro verla con la luz del día.

—Necesitaba salir temprano. Me siento completamente agotada.

—Es normal. Ha estado saliendo muy tarde de su trabajo. Duerma un poco, le hará bien.

Sonrió, pero su sonrisa fue una forzada y triste. No fue genuina, como a las que estaba acostumbrado, incluso cuando me decía piloto engreído y sonreía era una que te invitaba a hacerlo, pero estaba vez no fue así.

La acompañé hasta su departamento. Cerró la puerta y después de eso no la vi por varios días, porque al día siguiente partía en un vuelo en el que estaría fuera de Cartagena por casi una semana, pero aún así todos los días le mandaba mensaje para saber que ella estaba bien. 


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Nuestras mañanas de marzoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora