3 de enero 2023
Estaba en la entrada del aeropuerto esperando por un taxi, pero sabía que sería difícil conseguir uno con ese clima tan horrible. Cuando la lluvia cesó un poco decidí aventurarme para conseguir uno. Revisé en mi celular, pero no había ninguno disponible. Regresé adentro y pregunté por un servicio de transporte. Ahí pagué una módica cantidad y me dieron un ticket, ese pedazo de papel se lo daría al chofer. Salí de nuevo y vi como la fila avanzaba. Estaba feliz porque ya llegaría al departamento me daría una ducha y dormiría hasta el día siguiente.
Para mi pésima suerte, justo cuando me tocaba, un joven alto, moreno, de cabello negro se metió al coche que me tocaba a mí.
—Disculpa, ¿Qué crees que estás haciendo? Ese es mi coche—reclamé.
—Era, este ahora es el mío. Y tengo un poco de prisa—me cerró la puerta en la cara. Le toqué el cristal varias veces para que se bajara, pero sacó su celular y me ignoró.
—Bastardo—le grité y mostré el dedo medio. Como respuesta él sonrió de manera burlona.
Y sin más vi como se fue.
Ahogué un gritó y maldije en voz baja.
—Ostia, que tío tan pesado—dijo una chica detrás de mí.
—Y es piloto. ¡Qué poco considerado! —intervino su acompañante— así como le quedaran ganas de volver—escuché como se referían a mí.
Para ser sincera ni siquiera vi que traía el uniforme de alguna aerolínea. Sólo me fijé en su acto, en su cara y sonrisa irónica que jamás iba a olvidar. Si lo veía en la calle sería capaz de lanzarle mi bebida, si es que traía una en la mano. En realidad no, pero nunca olvidaría lo que hizo.
Me subí al siguiente, le dije que me dirigía a un conjunto departamental llamado Lux, el señor de unos cincuenta años asintió y partimos con rumbo a mi nuevo hogar, por los próximos seis meses.
Vaya manera de comenzar mi estadía en Cartagena. Respiré profundo y exhalé de manera exasperada.
El chofer se dio cuenta de ello.
—No se preocupe, ya casi llegamos. Debió de ser un vuelo largo. ¿De dónde nos visita?
—De México—traté de sonar lo más amable posible.
—Nunca he ido, pero dicen qué es muy bonito. ¿Está aquí por negocios? —preguntó viéndome por el espejo retrovisor.
Asentí
—Cartagena será mi nuevo hogar.
—Le recomiendo que visite el centro, la zona vieja conserva su encanto colonial.
—Gracias.
Él asintió.
A través del cristal vi como nos alejábamos del mar y nos adentrábamos a la ciudad, llena de edificios, coches y personas deambulando ensimismadas en sus problemas. En primera instancia, me recordó mucho a Mazatlán, el lugar en donde viven mis abuelos.
Pasados unos veinte minutos, se volvió a dirigir a mí.
—Hemos, llegado señorita.
Me fijé por la ventana y era más de lo que esperaba. Era un edificio de lo más elegante y moderno. Yo que pensé que sería una especie de hostal.
Le pagué al taxista y bajé mis cosas. No llevaba mucho, solo una maleta, en ella hice que cupiera lo indispensable. Solo mi ropa y mandé por paquetería una pequeña caja con algunas cosas, como fotografías, libros y el primer microscopio que mi madre me regaló cuando era una niña. Era de juguete, pero tenía un significado especial para mí.
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Nuestras mañanas de marzo
Roman d'amourUn nuevo comienzo. Una nueva ciudad. Un día de lluvia y... ¡un maldito se robó mi taxi! Recién llegada a Cartagena, una serie de eventos llevan a Valentina a pedirle un favor a su enigmático vecino, quién no tarda en aceptar, pero con algunas condi...