| Capítulo 9 |

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Me encontraba sentada en la sala de espera de un elegante hospital al que la ambulancia nos llevó. Era el más cercano al edificio, debido a que se encontraba en una zona de las más caras de la ciudad, ahí nos trasladaron. Y estuvo bien, para que atendieran lo mejor posible a Don Joaquín, de todos modos él tenía la posibilidad de pagarlo.

Pasaron cerca de unas 2 horas cuando me llamaron de número desconocido, supuse que sería Liam y así fue.

—Dígame por favor que mi abuelo está bien, que está estable—noté su voz entrecortada, como si estuviera llorando.

—No lo sé

— ¿Cómo que no lo sabes? —me gritó.

— ¡No me grites!—respondí de la misma manera.

—Pues sí, ha estado ahí por un largo tiempo—volvió a gritar.

— ¿Qué quieres que haga, si nadie me dice nada? —respondí exasperada, él sacaba mi lado más estresante.

— ¿En qué hospital está? —preguntó un poco más relajado

—En el Santa Teresa. ¿Sabes dónde está?

—Claro que sé, he vivido gran parte de mi vida en esa ciudad. Cuando aterrice iré de inmediato—fue lo último que me dijo para después colgar.

Pasaron cerca de dos horas cuando en el hospital me dieron respuesta. Salió una mujer de unos cuarenta años, cabello rubio, ojos marrones. Usaba un quirúrgico, cubrebocas, y traía el cabello agarrado en una coleta.

—Me dijeron que usted es familiar del señor Joaquín Vital—se dirigió a mí. No lo negué si decía que no, no me darían información sobre él.

Asentí.

—Es mi abuelo—mentí.

—Ya está estable, tuvo un pre infarto.

— ¿Sabe que fue lo que pudo haberlo provocarlo?

— ¿Estuvo ahí cuando ocurrió? —preguntó ella.

Negué con la cabeza.

—Cuando yo llegué a su casa, él ya estaba en el suelo.

— ¿Su abuelo ha estado bajo mucho estrés?

—Probablemente.

—Pudo haber sido eso. Dentro de algunos minutos podrá pasar a verlo. Tiene que estar en reposo y por algún tiempo a una dieta estricta. Cuando esté en su cuarto, una enfermera vendrá por usted.

Asentí.

—Gracias.

Me senté en una silla en la sala de espera. A los minutos una enfermera preguntó por los familiares de Joaquín Vital. Me levanté y la seguí. Nos dirigimos a una habitación que prácticamente era del mismo tamaño que la del departamento, tenía su propio baño. La estancia en este hospital costaría un ojo de la cara. En México usábamos esa frase, para referirnos a costos excesivos en algunos productos o servicios.

No esperaba ver a Don Joaquín conectado a tantos aparatos. Estaba dormido, se miraba tan tranquilo, pero que estuviera fuera de peligro era lo que me consolaba. Me senté el pequeño sofá que había ahí, en la habitación. Miré la hora en mi celular y era cerca de la media noche. Moría de sueño, me había levantado temprano para ir al laboratorio. Poco a poco, mis parpados comenzaron a cerrarse, no me di cuenta en qué momento pasó ni cuánto tiempo estuve dormida, no, hasta que unas manos comenzaron a sacudirme.

—Valentina—me sacudió del hombro.

Desperté de golpe y vi a Liam frente a mí. Estaba a escasos cinco centímetros de mi cara, demasiado cerca, miró fijamente mis labios, supuse que por instinto. Se relamió los suyos de una manera tan sutil, que pudo haber pasado desapercibido. En ese momento, fui consciente de lo guapo que era y por qué las mujeres caían rendidas. Lo miré fijamente de regreso, pero al darme cuenta de lo que sucedía aparté mi mirada. Pasaron solo una fracción de segundos, pero en mi mente el tiempo fue más largo.

—Me asustaste—respondí cuando salí de su hechizo.

—Lo siento. ¿Le han dicho algo de mi abuelo?

—Está fuera de peligro. Fue un pre infarto. ¿Sabes si Don Joaquín ha estado bajo mucho estrés?

—Que si no, el viejo vive en estrés. Ya le he dicho que tiene que bajar el ritmo de trabajo, pero no me hace caso. Espero que a partir de este punto él haga caso a las recomendaciones.

Me levanté del sillón.

—Creo que no tengo nada más que hacer aquí, ya que estás tú.

—Gracias.

Sonreí

—No tienes nada que agradecer. Lo hice porque me preocupa tu abuelo, él ha sido una buena persona conmigo.

Salí de la habitación, por la ventana vi como se quedó parado a los pies de la cama, mirando con detenimiento a Don Joaquín, me hubiera gustado en ese momento poder leer su mente, para saber qué era lo que pasaba por ella. Se notaba preocupado, después de todo era su abuelo, su semblante afligido cambió cuando vio algo en su celular. Ya no pude ver más, porque vi la hora en el mío y emprendí camino para el departamento, ya que al día siguiente tenía que levantarme temprano para ir a mi trabajo. 


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