Me bajé del Uber una cuadra antes de llegar al edificio. Entré a un minisúper a comprar un mapa del transporte de la ciudad, para ver que camiones podía tomar para ir al laboratorio. Lo más apropiado era que comprara un coche, pero no podía costearme uno en un país extranjero en el que mis días estaban contados. Así que lo mejor era aprender a usar el transporte público. De regreso, entré por la puerta principal y saludé a José María el guardia de seguridad que iba pasando con rumbo al pasillo que llevaba al cuarto donde se encontraban las cámaras de seguridad del edificio, él solo asintió y siguió caminando.
Caminé con rumbo al ascensor, presioné el botón y tan pronto como llegó, vi que no venía solo. En él venía una pareja, que lucía en sus cuarentas. Ella de cabello castaño y piel morena, él de tez blanca y cabello rubio y ojos color gris. Los saludé cuando entré.
—Buenas noches—Hacía unos veinte minutos había anochecido. Había tenido un largo día en el laboratorio. Lo único que quería era llegar, tomar un baño y dormir hasta el día siguiente.
—Boa noche—respondieron ellos. De inmediato, supe que eran extranjeros, al igual que yo. Pero no supe diferenciar muy bien su acento.
Pero después supe que eran la pareja de Brasil, porque comenzaron a discutir algo sobre lo que harían al día siguiente en la ciudad en portugués.
Ellos bajaron tres pisos antes que yo, así que me fui sola hasta el último. Cuando salí del elevador vi a Don Joaquín tocando a mi puerta.
—Don Joaquín, ¿pasa algo? —le pregunté cuando me acerqué.
—Pensé que ya estarías en tu departamento. Lo siento.
—No pasa nada. Por lo regular este será el horario en el que llegaré. Como ya le había anticipado, estaría todo el día fuera.
— ¿Qué haréis el día sábado?
—No tenía pensado hacer algo. Tal vez andar por los alrededores, para conocer mejor el vecindario.
—He planeado una comida para darte la bienvenida al edificio.
—Es muy amable de su parte. No debió molestarse.
—Esto lo hago cada que llega un nuevo inquilino, si te quedas lo suficiente, lo descubrirás.
Sonreí.
— ¿Será en su departamento?
Negó con la cabeza
—En la terraza del edificio.
— ¿Pero este es el último piso?
—Sí, pero la terraza está a la mitad del edificio. Es todo un piso, cristalizado con piscina. Para ir allí presionas el botón g en el elevador—él cruzó el pasillo hacia su puerta.
—Gracias. ¿A qué hora tengo que estar ahí? ¿Y tengo que llevar algo?
—A las tres de la tarde y no te preocupes, solo tienes que asistir—abrió su puerta, entró y escuché como le puso seguro a la misma.
Saqué las llaves de mi bolsa y entré. Fui directo a lavarme las manos, puse a llenar la bañera, busqué mi pijama en los cajones de mi armario, tomé mi toalla y regresé para meterme en la tina. Estuve en ella unos quince minutos cuando mi celular comenzó a sonar. Salí de la tina, me sequé rápido y me puse el pijama que mi madre me regaló en navidad, pantalón y blusa de tirantes hechos de seda. Busqué como loca el celular en mi bolsa, hasta que lo encontré. Pensé que sería del laboratorio, pero no, era ella, mi madre. Una video llamada.
— ¡Qué buena eres para reportarte con la mujer que te parió y cuidó todos estos años!—traía un pincel en su mano derecha y su típico mandil que fue blanco solamente en la tienda donde lo compró, porque desde que se lo puso la primera vez, se llenó de color. Estaba trabajando en alguna obra, de eso estaba segura.
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Nuestras mañanas de marzo
RomansaUn nuevo comienzo. Una nueva ciudad. Un día de lluvia y... ¡un maldito se robó mi taxi! Recién llegada a Cartagena, una serie de eventos llevan a Valentina a pedirle un favor a su enigmático vecino, quién no tarda en aceptar, pero con algunas condi...