| Capítulo 22 |

435 31 10
                                    

Liam

Conocía a Valentina, mi vecina de al lado y no porque fuéramos vecinos, sino, de antes, incluso antes de que lo fuéramos. Recordaba su rostro con claridad. La primera vez que la vi, no fue cuando le robé el taxi, como ella cree, sino, en el aeropuerto de Ciudad de México, cuando ella derramó mi café sobre mí. Me dejó hablando solo, después de hacer eso. La verdad era que fue mi culpa, no la vi cuando ella venía caminando, por estar viendo a una pareja dándose demostraciones de amor en público, daban pena, eran unas personas entradas en sus cincuentas, y actuaban como si fueran unos veinteañeros. Lo que no sabía, que ellos eran los padres de la doctora bacterias.

Cuando ella se acercó a mí en busca de ayuda lo acepté de inmediato, por la simple razón que ella no pensó dos veces en ayudar a mi abuelo. Si no fuera por ella él no estaría con vida, así que por eso acepté en regresarle el favor, pero para estar cerca de ella, le dije que tenía que hacerme tres favores más a cambio del mío. Pero fue solo un pretexto, porque quería conocerla. Me parecía interesante, pero no iba a aceptarlo tan fácil, uno no va por la vida diciendo ese tipo de cosas, tenía que proteger mi reputación. Todos creían que era un cretino y tenían que seguirlo creyendo. Aunque, últimamente descubrí que, estando cerca de ella no podía serlo.

Regresé de mi viaje y en cuanto bajé del avión le mandé un mensaje de texto a ella.

"Estoy de regreso, Doctora bacterias. Cuando salga de trabajar estaré ahí".

Ella respondió de inmediato, hasta se me hizo un poco extraño.

"No es necesario. Puedo irme sola".

"Claro que no, es parte de plan. Ahí estaré".

"Me quedaré hasta tarde, no saldré a mi hora".

"No importa. Dígame a qué hora saldrá y ahí estaré".

"Saldré alrededor de las 10 de la noche".

"Ahí estaré".

Llegué al departamento. Me di una ducha rápida y pasé a ver a mi abuelo. Estaba acompañado de Rosa. Ella estaba en la cocina y él sentado en el desayunador picaba algo, pero desde donde yo estaba, no alcancé a ver que era.

—Hola nono—le grité cuando entré. Dejó de hacer todo, se levantó y se giró para verme— ¿Qué hace?

—Le ayudo a Rosa a hacer la comida.

—Le dije que yo podía hacerlo sola, pero ya sabe cómo es su abuelo, Liam. Un testarudo.

—Puedo hacer esas cosas, no me quiero sentir como un inútil.

—No lo eres—puse mi mano en su hombro.

—Que no me dejen hacer las cosas, me hace sentir como uno.

Solté una respiración sostenida.

—Recuerde lo que dijo el doctor. Puede hacer las cosas pero sin esforzarse demasiado.

—Y esto no requiere esfuerzo. Solo estoy picando esta zanahoria para el caldo que Rosa está preparando—él sonrió—Lo que quiero es ya ir a la oficina.

—Pronto, solo unas semanas más. El doctor dijo que tenía que estar en reposo, tranquilo. Debería de verlo como si fueran unas vacaciones.

—Si fueran unas vacaciones no estaría aquí, sino, en otra ciudad descansando.

—Cuando el médico lo autorice lo llevaré yo mismo de viaje.

Rosa se acercó a la barra, tomó la tabla para picar y terminó lo que estaba haciendo mi abuelo, vertió en la cacerola lo picado, comenzó a menearlo, para después taparlo.

Nuestras mañanas de marzoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora