Me encontraba en el comedor de la farmacéutica, era la hora de comida, mis pasantes estaban sentados en otra mesa, platicando con los pasantes del otro proyecto. Hablaban sobre una fiesta a la que irían el día viernes, lo hacían tan fuerte, que los escuchaban las mesas que estaban alrededor de ellos.
A veces, cuando los escuchaba, recordaba esa etapa de mi vida. Yo no fui igual que ellos, me dediqué a estudiar y en ocasiones me arrepentía de no haber disfrutado mi juventud, como algunos lo hacían. Salir de fiesta hasta el amanecer, beber hasta no recordar lo que hiciste la noche anterior, besarte con desconocidos en el calor del baile en un antro, cosas que solo vi en las películas de adolescentes; sí disfruté mi vida, pero de una manera diferente y eso me hizo feliz. Fui a conciertos de las bandas que me gustaban, al cine, de vacaciones en la playa con mis abuelos, de fiesta con mis compañeros de la escuela (pero no regresaba al día siguiente) bebía (pero siempre recordaba lo que hacía) y mis favoritas, los días de lluvia y cantar a todo pulmón mis canciones favoritas cuando sabía que nadie me escuchaba o miraba.
Estaba tan concentrada en mis pensamientos que no noté que frente a mí estaba otra persona, quien intentaba tener una conversación conmigo. No fue hasta que pasó su mano por mi campo de visión que me percaté que se encontraba ahí, frente a mí.
—Lo siento—me disculpé.
— ¿Me puedo sentar, Doctora? —preguntó Rafael Guzmán.
Asentí no muy convencida.
— ¿En qué pensaba? ¿En su proyecto?
—Sí—mentí.
—Por cierto ¿Cómo le va con él?
—Fatal, voy retrasada y mis pasantes no ayudan, siento que no soy una buena líder—es lo que debería de haber contestado, en cambio, me limité a decir una sola palabra, que también es conocida como la mentira general—Bien.
—Me alegra, porque sé que su proyecto es uno grande.
En realidad lo era. Lo que yo tenía que hacer era una segunda etapa. Después de que hiciéramos algunos ensayos y vimos que si funcionaba, nuestro CEO, nos puso en contacto con la farmacéutica de Colombia y los estuvimos asesorando para que ellos hicieran una duplica de nuestra patente. Desde hacía un año, estuve trabajando con ellos a distancia, lo que nunca pensé era que me mandarían a mí.
—Gracias, ¿Qué tal va el suyo, Doctor Guzmán? —pregunté.
—Llámeme Rafael—sonrió—. Va bien, creemos que se venderá bien, cuando al fin salga al mercado.
— ¿De qué trata su proyecto?
—Lo siento, pero no podemos hablar del proyecto a personas que no están dentro del mismo proyecto, aunque estén trabajando dentro de la misma empresa.
Sabía que me respondería eso.
—No se preocupe, Doctor Guzmán, lo comprendo completamente.
Puso los ojos en blanco, porque me referí a él con su título. No quería llamarlo por su nombre, porque eso implicaba informalidad y tomaría cierta confianza que no me gustaba que tomara con los demás, lo había visto con Abigail, se tomaba demasiadas libertades, que no se veían bien. Sentía una punzada en el pecho cada vez que se me acercaba, siempre confiaba en mis corazonadas, porque a lo largo de los años, todas las veces que había sentido algo parecido, esa persona no era buena o la situación no salía bien.
Me levanté de donde estaba sentada.
—Si me disculpa.
—Espere—me tomó de la muñeca de manera inmediata, lo miré con desaprobación y me soltó—. La razón por la que me senté, es para invitarla. Los pasantes y un par de colegas iremos el día viernes a un bar y queremos que se nos una.
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Nuestras mañanas de marzo
RomantikUn nuevo comienzo. Una nueva ciudad. Un día de lluvia y... ¡un maldito se robó mi taxi! Recién llegada a Cartagena, una serie de eventos llevan a Valentina a pedirle un favor a su enigmático vecino, quién no tarda en aceptar, pero con algunas condi...