Minimarket

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 Astrid sintió su garganta seca, como si hubiese caminado sobre el árido desierto bajo un sol abrasador. Lo cierto era que su camino peligroso comenzó desde el momento en que Mika McFly clavó su mirada mal intencionada en la fotografía de la joven. Durante el día se había preocupado por toda posible causa para ser descubierta por él, que jamás pasó por su cabeza que su celular la delataría. Aquella foto que tanto le costó convencer a su hermano para sacarla, fue el gatillo que disparó la bala.

 Todo ocurrió rápido y aún así, la imagen de Mika quedó grabada en su retina. El contacto frío de sus dedos blancos  contra su cuello quitando el lazo que ataba su cabello fue el último recuerdo de su encuentro. Y, por último, su voz profunda y cargada de cinismo:

 —Yo me quedo con esto —Fue lo último que descifró antes de tomar su celular y huir de vuelta al campo de beisbol, con la pelota en su otra mano.

 Tranquila, callada y cautelosa...

 Llegó más pálida que de costumbre a la vista de sus compañeras y profesora, quienes la miraron interrogante mas no preguntaron nada. Astrid le entregó la pelota a la profesora para sentarse en las gradas luego. Fue cuanto se percató que sus manos temblaban. ¿Realmente Mika McFly podía causar aquel efecto en ella? No. Mika McFly causaba ese efecto en todos, y lo hizo con su hermano... por un tiempo.


 Caminó por los pasillos vacíos de Jackson. Una de las cosas que más le agradaban de saltarse las clases, era que podía caminar con libertad sin tener que aguantar las sufridas miradas de los demás chocando el piso del edificio. O tener que respirar el mismo aire que ellos. Odiaba a cada uno de los estudiantes, a excepción de sus dos amigos. Sin embargo, no negaba que ser él podía tener sus privilegios.

 Como llegar a mitad de clases sin ser regañado por la profesora.

 Se detuvo frente a la puerta de la clase unos segundos antes de entrar. Dentro, en los últimos asientos, se encontraban sus dos amigos. Jax dormía apoyando su cabeza sobre la mesa, estaba agotado de tener que saciar con halagos vanos y piropos de mal gusto a sus dos chicas favoritas en Jackson; su otro amigo, Chase, dejaba caer todo su cuerpo sobre el respaldar de la silla mientras sus ojos estaban puestos en la figura delgada y encorvada de una chica rubia que se sentaba unos asientos más adelante.

 Poco sabía de ella, mas lo suficiente para saber que era otra piedra en su camino, y el de su consentida hermana.

 —¿De dónde sacaste eso? —curioseó Jax observando el lazo rosa con puntos rojos alrededor de su muñeca— ¿De tu hermana?

 Mika esbozó una sonrisa diminuta ante la ocurrencia de Jax. Por sus pensamientos se cruzó el rostro asustado de Astrid.

 —Lo saqué de mi nuevo juguete —informó, contemplando el lazo de la chica—. Mi nuevo entretenimiento.

 Tras una aburrida clase sobre las próximas clases, actividades y el baile, el primer día de clases concluyó. Astrid terminó de cambiarse la ropa deportiva y salió de los vestidores limpiando sus empañados lentes. Les hizo una tímida seña a April y Lizzy, compañeras de curso, para recibir la palmada de James en su espalda.

 —Hola, Stanton —la saludó sonriendo ampliamente. El corazón de Astrid se aceleró por un momento pensando que se toparía una vez más con McFly.

 —¿"Stanton"? —Interrogó poniéndose sus lentes para ver con claridad el rostro de su compañero. James estaba más enérgico de lo normal, con esa sonrisa carismática que derretía a más de alguna en su curso.

 —Es el jugador de beisbol mejor pagado, nena. Es cultura popular. —Astrid asintió lentamente, captando el apodo de su compañero—. ¡Liz dijo que bateaste!

 —S-sí —se encogió de hombros, sintiendo sus mejillas hervir—. Aún no lo asimilo... ¿Cómo te ha ido a ti?

 —Nada mal. Tengo un don para los deportes —comentó en tono bromista.

 Los dos se encaminaron hacia la salida de Jackson, separando sus caminos afuera del colegio. James Cooper constaba de sus amigos, y a veces el auto de su padre, para volver a casa, mientras que Astrid debía caminar hasta el paradero más cercano para ir al minimarket donde trabajaba todos los días después de clases.

 Al llegar al paradero, se sentó en la banca. El lugar estaba tal cual como lo recordaba. El techo roto y gastado, la paleta publicitaria rayada con graffitis, dibujos obscenos, afiches rasgados y los símbolos anarquistas. Y cómo olvidar aquel basurero repleto de desechos y con olor a orina. Todo igual a como era hace tres meses atrás.

 —¡Hey! —la llamó una voz desde un auto. Desde ese auto.

 Con sólo verlo, el corazón de Astrid se comprimió causando un súbito dolor en su pecho. Sus pulmones se vieron faltos de aire, por lo que su respiración se aceleró. Sus manos temblaron junto con su barbilla. Era Mika quien la llamaba desde su auto, frente  a ella. Inconscientemente, bajo su vista con la falsa idea de que a ella no llamaba, pero era la única persona en aquel paradero.

 —Sube —le ordenó él con autoridad. Astrid apretó su mandíbula para que él no se percatara que temblaba. Erró sus ojos unos instantes hasta que él volvió a hablar—. ¿Estás sorda? He dicho que subas. AHORA.

 Suspiro entrecortadamente. ¿Dónde estaban sus amigos? Mika estaba solo en su auto, así que las preguntas sobre su encuentro invadieron su cabeza. Abrió la puerta del auto y se subió en silencio, sin poder mirarlo. Estaba fuera de Jackson, las reglas no corrían; no obstante, la figura de Mika causaba estragos en ella.

 —¿Dónde vas, hermana de Patrick? —Preguntó en un tono cantarín que a Astrid le pareció cargado de cizaña.

 Pestañó un par de veces antes de responder. Realmente se sentía diminuta, aún más que con los demás.

 —El minimarket Mr. Harry... —masculló con un hilo de voz que creyó que no podría oír, pero lo hizo. Mika aceleró y en todo el camino no dijo nada.

 Cuando estacionó el auto frente a las puertas corredizas del minimarket donde trabajaba, jamás creyó ser tan feliz de verlas; ver a la cajera que siempre la regañaba, el universitario desorientado que reponía los estantes y al gerente de la tienda. Pensó que Mika la llevaría bajo un puente, la asfixiaría y cortaría su moribundo cuerpo en trozos para dárselo a los perros.

 Pero no.

 Se bajó del auto dudosa. Cerrando la puerta del auto notó que su lazo lo llevaba puesto Mika en la muñeca, pero no se atrevió a decir nada, pues no esperó que él también se bajara del auto.

 —¿Quién es el gerente? —le preguntó, mirando el interior del minimarket. Caminó con altivez hasta el interior siendo seguido por Astrid como si fuese un pato siguiendo a su madre. Los castaños ojos del adinerado chico se posaron sobre un hombre de traje con edad avanzada.

 —Desde hoy, Fissher, haré de tu vida una miseria.

 Astrid vio con terror la sonrisa que perfilaba Mika y supo, que lo que acababa de decirle no era una broma cualquiera.

 Y así comenzó todo...

Obedeciendo tus Reglas TR#2 ✔️ | DISPONIBLE EN FÍSICODonde viven las historias. Descúbrelo ahora