Capítulo 24

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Resultó ser que la ruta no era directa. Edward había pedido despedirse de «la familia» antes de marcharnos a Mánchester. Yo había soltado un bufido al escucharle decirlo. ¿Familia? Esa palabra había perdido significado para mí desde hacía un tiempo.

—El abuelo aún existe —había dicho él, receloso.

—O lo que queda de él —añadí, con la mirada perdida en la ventana.

No podía evitar tener sentimientos encontrados. Sí, estaba contenta de largarme a los confines de la Tierra con mi macizo favorito y mi secuaz por defecto, pero algo dentro de mí había quedado vacío. Lo más probable es que fuese esa pequeña porción de humanidad que aún quedaba en mí, que decía que era lo que tenía que sentir, lo que los demás esperaban de mí después de la tragedia de había vivido. Me negaba a darles el placer de tener razón conmigo. Me querían ver llorando, enfrascada en el remordimiento de haber tenido una mala relación con mi padre los últimos años de su vida. Seguro todos ya estaban al tanto de mis últimas palabras antes de que Stone quedara literalmente sembrando contra un tronco, y estaba convencida que me odiaban por ello. Si fingían que sentían algo de lástima por mí era por presión social y por demostrar que no eran malas personas.

No, la mala persona era yo, siempre. Y sí, estoy hablando de los Harlek. Aquellos que se habían hecho llamar «mis tíos» durante toda mi vida, se habían jugado mi tutoría y la de Edward como si fuese una pelota de voleibol. Por suerte, para ellos, la bola calló en el campo de Lí-Sellers.

Tampoco estaba ansiosa por compartir techo con la pesada de Levi y el cáncer pancreático que me resultaba su hija. Y me habría comido mis propios ojos antes de ver cómo Edward se la fajaba tres veces al día, después de cada comida. Pero la intención es la que cuenta, ¿no? Me preguntaba qué explicación le darían a mamá cuando despertara. Si despierta, dijo una vocecita martirizadora en mis adentros. Reprimí el pensamiento cuando aparcamos fuera de la choza de oro de los Harlek.

—Gracias por traernos, Von. Tómate un descanso, te avisaré cuando estemos listos —le dijo Lí-Sellers al veterano que había conducido.

—Sí, señor Lí-Sellers —dijo el hombre, y salió del coche. Vi cómo se alejaba de nosotros mientras se encendía un cigarrillo.

El director se giró hacia nosotros y suspiró antes de hablar.

—Adelante, chicos —nos animó—. Yo esperaré aquí.

Edward abrió la puerta y asomó un pie en el exterior. Se giró hacia mí al notar que yo no me movía.

—¿No vienes? —inquirió, sorprendido. A mí lo que me sorprendía es que él aún tuviese ganas de despedirse de ellos.

—Ya les mandaré una paloma mensajera —le dije, sacudiendo la mano en un gesto indiferente. Apoyé la frente en el cristal, observando el humo que salía de la boca del tal Von.

Aunque no le hizo gracia, Edward salió del coche y se fue después de dar un portazo. Esa era su forma de hacerme saber que no le agradaba mi actitud. ¿Qué puedo decir? A mí tampoco se me estaban cumpliendo todos los deseos.

Volví en mí misma al notar que Lí-Sellers seguía mirándome. Alcé una ceja, esperando sus siguientes palabras. Su rostro era inescrutable.

—Quedarme con usted a solas es como lanzar los dados; sabes cuáles son las caras que tienen, pero no en cuáles van a caer. ¿Será el director Lí-Sellers el que hable? ¿O el amigo Zac? ¿O puede que tenga el placer de escuchar hablar a Mr. Cocina?

Lí-Sellers se rio, complacido por mi sarcasmo. Creo que a él también le encantaba el guion que nos montábamos cuando nos quedábamos a solas.

—Me encanta escuchar cómo das tumbos entre tratarme de «usted» y tutearme. Lo que me encantaría aún más es saber qué parámetros utilizas para decidir cuál vas a usar en qué momento. —Su voz empezó ronca y divertida, pero la frase acabó siendo un susurro oscuro.

3. MALA JANE (Abi Lí) [EDITANDO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora