Capítulo 45

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La cena no sería ni cerca del teatro donde Hassan me propuso matrimonio. Resultaba que todo aquel esfuerzo era únicamente con el propósito de usarse durante los quince breves minutos que necesitaba para hacerme la pregunta y que yo respondiera. Si estaba segura o no de mi decisión lo pensaría después. Pero todo mi interior bombeaba de felicidad y lujuria solo de ver su mano escurriéndose entre mis piernas mientras conducía de camino a la cena familiar.

Él tampoco podía ocultar su sonrisa, aunque tampoco parecía intentarlo. Podía sentirlo mirando de reojo hacia mi mano reluciendo gracias al diamante de mi dedo anular. Él apretaba la piel de mis muslos cada vez que el frío del metal tropezaba con sus dedos.

Abandonamos la ciudad y nos encaminamos en una larga carretera, hasta que llegamos a un rejado abierto. Entre arbustos y flores, encontramos la entrada al lugar. Hassan se detuvo frente a la rotonda que daba la bienvenida a una magistral casa de tres plantas, todas alumbradas con luz cálida.

La casa se alzaba majestuosamente, como un palacio sacado de un cuento de hadas, con su fachada de piedra blanca y detalles en mármol. Las ventanas, grandes y ornamentadas, estaban enmarcadas por pesadas cortinas de terciopelo que, cuando se abrían, dejaban pasar una luz dorada que iluminaba el interior.

Un extenso jardín rodeaba la propiedad, adornado con esculturas clásicas y fuentes que susurraban melodías de agua. En la entrada, un imponente pórtico sostenido por columnas esculpidas daba la bienvenida a los invitados, mientras un camino de grava blanca serpenteaba hasta la puerta principal, decorada con un elegante herraje dorado.

—Joder. Si es casi tan grande como los internados —solté, sin poder frenar la lengua—. ¿Siempre es así?

Hassan estiró los dedos para sujetar mi rostro y acercarme a sus labios.

—Es la primera vez que la organizo yo —susurró contra mi boca—. Además, puede que tenga algo importante que anunciar.

Me aparté de golpe, mirándolo con los ojos muy abiertos. Tragué con fuerza, provocándole una resonante risa. Se sacó del bolsillo la cajita de terciopelo rojo y me la ofreció abierta.

—Entiendo que, al no ser una respuesta definitiva, no estás segura de querer compartirlo todavía.

—Berlín estará ahí, ¿no es así?

Él asintió.

—Te dije que no te preocuparas por nada. Yo me encargaré de arreglarlo todo. —Deslizó los nudillos por el contorno de mi rostro mientras depositaba la cajita en una de mis manos—. Hablaré con Orla.

—¿Quién es Orla?

—Mi prima. La madre de Berlín. —Él se quedó mirándome durante un rato, esperando alguna otra pregunta o comentario de mi parte. Al darse cuenta de que no tenía ninguna, o eran tantas que no tenía tiempo para saber siquiera por cuál empezar, esbozó una hermosa sonrisa y depositó un beso ligero en mis labios antes de salir del auto. Lo rodeó y me ofreció una mano del otro lado—. ¿Lista?

Jugueteé con el anillo de mi dedo, sintiéndolo extraño y un poco incómodo.

—No lo sé —admití, sin saber muy bien para qué era lo que no me sentía segura.

Hassan no esperó mi respuesta. Sujetó mi inquieta mano y me ayudó a deslizarme fuera del asiento. Sus ojos, serenos y comedidos, intentaron resarcir su calma y grapármela bajo la piel.

—Demandas mucho de ti misma —me dijo, sosteniéndome con firmeza—. Esta noche puedes soltarlo todo y dejar que me encargue de ti.

Enroscó mi brazo en el suyo y le entregó las llaves del Bugatti al valet. Nos abrimos paso por las escaleras de piedra que guiaban hasta las pesadas puertas principales, donde fuimos recibidos por un par de lacayos en traje y guantes blancos. Dos pasos más tarde recogieron nuestros abrigos.

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⏰ Última actualización: Oct 08 ⏰

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