Capítulo 42

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Arrastré los pies hasta la puerta, sintiendo que los nudillos del director golpeaban contra mi cráneo en lugar de la madera. Sentía su reverberar hasta en los dientes. Sabía que tenía que generar algún plan, algo coherente que decirle, pero la verdad es que lo único que quería era que se fuera al demonio y me dejara desaparecer en la inconsciencia una vez más. Tenía todo el cuerpo estrujado y dolorido. Aparte de un cuarteto y un trío, no recordaba haber hecho nada que particularmente salvaje. Quizás el hecho de que lo hubiera bombardeado tanto por fuera como por dentro tuviese algo que ver.

Le quité el seguro a la puerta y abrí, dejando a Lí-Sellers con el puño en alto, dispuesto a batir a golpes la madera. Sus ojos se abrieron de par en par, claramente sorprendidos por haber desenvuelto el regalo de mi gloriosa desnudez.

—Estoy viva. Puede irse ya —dije, y la voz me resultó extraña incluso a mí. Salió en un rugido de fumador de setenta años, casi robótico. Me llevé las manos al cuello, pero el tacto me escoció la garganta.

—¿Qué te ha pasado? ¿Quién te ha hecho esto? —jadeó él, mirándome de pies a cabeza.

Me estudié los moratones que me tapizaban la piel.

—Ah, esto. —Mi voz no mejoró en absoluto. Daba igual, nunca tuve aspiraciones de ser cantante—. Me lo hicieron los chicos.

—¿QUÉ CHICOS? —masculló él, poniendo una mano en la puerta.

Analicé sus pulidos Armani, tan contrastantes a mis pies sucios y descalzos. Nada que ver con la vida cara e impoluta que había tenido a su lado. La verdad es que yo era un desastre por naturaleza, y haber querido aspirar a algo similar a la vida del director iba en contra de mi naturaleza desastrosa. Al parecer, estaba en mi sangre. Blake Caldwell tampoco se llevaba muy bien con la clase.

Aparté la mano del manillar de la puerta para dejar que se abriera por completa. Cuando golpeó la pared, dejando en vista panorámica el interior, Lí-Sellers palideció.

Dentro estaba oscuro como las profundidades de mi alma. Pero la luz del exterior se infiltró, dándole paso a un halo que materializó la más nefasta de las escenas. Estaba demasiado cansada para sentir orgullo. Luego maldeciría a Arielle y a toda su descendencia por habernos vendido su alijo personal como la siguiente maravilla del mundo, cuando en realidad parecía que había consumido un lote entero de Dulcolax.

El director se abrió paso hacia el interior, con movimientos lentos y agarrotados. Me apoyé en la pared, sujetando mi consciencia con dedos de mantequilla. Apartó con el pie uno de los envoltorios de sus condones que había abandonado sobre el suelo. Y luego su mirada se dirigió hacia la cama, donde Adam y Leon yacían desnudos e igual de destrozados que yo. Sus cuerpos también estaban llenos de mordiscos y líneas de uñas. Boquiabierto, los ojos de Lí-Sellers regresaron a los míos. Ya disfrutaría del recuerdo luego; de momento, mis energías se concentraban en no acabar flotando en el coma junto a mi madre.

—Sí, ellos —le dije, respondiendo a la pregunta que le escocía dentro del cerebro—. También con Kean —añadí, señalando al sofá del rincón.

Mi pequeño Kean seguía desparramado en la misma postura que se había quedado dormido ayer. Corrí hacia él, con el corazón bombeando en la garganta. ¡Había olvidado regarlo! Puse dos dedos en su cuello, suplicando a los dioses que siguiera con pulso. Cuando lo oí gruñir, el alma me regresó al cuerpo.

—Está vivo —le dije al director, sonriendo—. Pues bien. ¿Va a dejarme descansar ahora?

Él me miró desde la distancia, en silencio. Yo esperé, aburrida. Aunque moría de ganar por desplomarme en el suelo y volver al mundo de los espíritus.

3. MALA JANE (Abi Lí) [EDITANDO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora