Capítulo 8

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Había probado la gloria, y ahora estaba en la mierda. Traducido: iba con Stone en clase turista de regreso a Londres. Para hacerlo más ameno, me habían asignado un asiento del medio. Él en el pasillo y una mujer con un perro en la ventana. Las seis horas más tormentosas de toda mi repugnante vida.

A la cuarta hora, ya quería estrangular a la mujer que no para de hablarle al perro como si fuese un bebé.

Me rasqué la cabeza, y vi que Stone se reía. Puse los ojos en blanco y regresé a la mujer y su bestia.

—¿Quién el pequeño de mamá? Sí, tú, tú. Sí, mi pequeño. Tú eres mi pequeño —seguía diciendo.

Me desabroché el cinturón de seguridad.

—Voy al baño —dije, poniéndome de pie. Necesitaba una aspirina.

Mi padre, contento de la vida, se levantó y me dejó pasar. Quería desplomarle la sonrisa con un derechazo, pero lo último que quería era armar una escena y quedarme bajo la mirada de todo el avión en un espacio tan reducido, donde no podía marcharme, donde tendría que soportarlos cuanto ellos quisieran.

Me tambaleé con las piernas adormecidas por el pasillo hasta los lavabos. Me tuve que sujetar a los asientos para no caer de bruces. Tiré de la puerta, pero no se abrió.

—Está ocupado —me anunció una de las azafatas.

Maravilloso, pensé.

Me recosté, sujetándome las manos. Podía ver el pelo de mi padre asomándose desde su asiento. Hubiese preferido que Hassan Stone me hubiese odiado a que se tomara tan en serio un papel de padre que estaba errado. Yo no le interesaba en absoluto, sino solamente su orgullo y su imagen ante la gente.

Podía haber hecho un plan de huida al más estilo Blake, pero no había nada que me pareciera tan ridículo. Debía conseguir las cosas a mi modo, tal y como había conseguido llegar a Las Vegas. Así como Peppa me había entregado las llaves de aquel cochazo y me había ofrecido su alma si así lo requiriese; por su propia voluntad. Mi padre era un reto, pero iba a moldear su cuadrada cabeza como había hecho con la de mi madre y la de Edward. Ambos estaban enfadados conmigo, sí, pero no les duraría nada. No dejarían de quererme, aunque se arrancasen el corazón del pecho. Tarde o temprano, Hassan Stone me entregaría tanto mi herencia como todo lo que yo le pidiese. Solo tenía que afinarme un poco.

Entré en el lavabo en cuanto la mujer que estaba dentro lo desocupó. Me senté sobre la tapa y me cogí la cabeza. Hacía solo dos días estaba tumbada en un avión con champán y ahora me entumecía en el baño turista porque era mi mejor opción para estar.

Era la primera vez que lloraba en mucho tiempo. Mamá se había quedado en Las Vegas, disfrutando de los placeres que su pecaminosa ciudad le ofrecía, mientras que mi hermanito compartía gérmenes bucales con el esperpento de Arielle. ¿Y yo? No sabía ni qué me depararía en Mánchester.

Me limpié las lágrimas de la cara cuando escuché un par golpes en la puerta.

—Jane, ¿estás bien?

Era Stone.

—Ahora salgo. ¿Puedo cagar a mis anchas? —mascullé, frotándome el rostro con servilletas.

Regresé a mi asiento, dejando en el lavabo mis lágrimas y mi rabia. Era evidente que el perro de la mujer de al lado era más apreciado que yo, pero no iba a darle el gusto a Stone de mostrar debilidad. Hora y media más y estábamos en el Heathrow.

—Así que me toca vivir dos semanas con esa gente —completos desconocidos— antes de ver alguna cara conocida —dije, toqueteando la pantalla frente a mí.

3. MALA JANE (Abi Lí) [EDITANDO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora