Capítulo 37

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Cuando Lí-Sellers apareció por los vestidores, yo ya estaba cambiada y encogida en un rincón. Intenté pretender que no había pasado nada, pero al juzgar por su gesto al verme, no me sorprendió cuando me preguntó:

—¿Estás bien?

Se apresuró hacia mí, dejándose la cremallera del traje a medias. Se arrodilló a mi lado y alzó mi barbilla, obligándome a encontrarme con sus ojos.

—Perfectamente —le aseguré entre dientes. No pareció muy convencido.

—Me he encargado de él, cielo. ¿Estás preocupada de haberte metido en problemas?

Puse los ojos en blanco. Aparté su mano y me apoyé en el suelo para ponerme de pie.

—¿Alguna vez le he dado la impresión de que me preocupa meterme en problemas? —Me alejé, dándole la espalda—. Quiero irme a casa. Eso es todo.

Una punzada de dolor me asestó en el vientre.

Podía sentir a Lí-Sellers acercándose, así que me apresuré a la puerta.

—Estaré afuera. Apresúrate. —Y me marché.

Me paseé como un león enjaulado los largos minutos que tardó ese hombre en cambiarse. La de la regla era yo. ¿Qué tanto hacía ese mamón?

Noté la mirada de la recepcionista siguiendo mis movimiento. Alcé la barbilla hacia ella, retándola a verme un segundo más. Abrió la boca, seguramente para preguntarme si necesitaba algo. Pero mi cara de perro rabioso la convenció de que era mejor mantener la boca cerrada.

Lí-Sellers apareció antes de que alguien se me atravesara por delante y sentenciara su último día de vida.

—Jane, basta ya. ¿Qué te pasa? —insistió él, sujetándome del brazo—. ¿Hice algo mal en la pista? Dímelo, por favor.

—¡¿Es que estaba echándose la siesta ahí dentro?! —renegué, señalando hacia los vestidores—. Larguémonos de una vez. —Me moví como un torbellino de camino al coche. Ni siquiera le di tiempo a Lí-Sellers de abrirme la puerta. El peso de mi vientre se acrecentaba. De momento lo toleraba, pero muy pronto…

—¿Fue algo que te dijo Walsh? Si es así, bajaré ahora mismo e intercambiaré unas palabras con él. Jane. —Dejó caer su mano sobre mi rodilla.

Me crucé de brazos y clavé la mirada en la ventana, únicamente deseando que el director cerrara el hocico de una buena vez. Nunca quería hablar de sus asuntos, pero no tenía reparo en meter las narices en los míos.

—Jane —insistió.

—¡No! —estallé—. ¡Ese hombre no me dijo nada! Bueno, nada que no sepa ya. Que soy tu juguete de turno —ladré, apretándome la barriga.

—¿Eso te dijo? —gruñó él. La rabia destelló en sus ojos.

—Lo insinuó. Dice que a él también le gusta chupar dulcecitos de edad ligeramente ilegal. ¿Me lo vas a negar, Lí-Sellers? —espeté, lanzándole una mirada.

—Por supuesto —repuso él, incrédulo.

—¿Ah, sí? Porque si no me falla la memoria, no has hecho nada más que marearme todos estos días. Besándome en cocinas un día, mandándome a la mierda al siguiente, enrollándote con Caryol un rato después, ¿y ahora quieres que me crea que no vas a cambiar de idea otra vez? No respondes a ninguna de mis preguntas, y sin embargo tienes los huevos de pedirme que delate a mis compañeros de clases para poder hacer tu trabajo de director. Me parece muy hipócrita de tu parte, Lí-Sellers. Tremendamente hipócrita.

Reinó el silencio durante un largo rato, pero se acabó en cuanto empezó a rugir el motor. Por supuesto, no había encontrado manera de defenderse cuando todo lo que le había dicho eran verdades rotundas.

3. MALA JANE (Abi Lí) [EDITANDO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora