Capítulo 25

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Para mi sorpresa, la casa de Liz no estaba en el mismo barrio donde residía el director. Se trataba de cuatro míseras paredes abandonadas en mitad de la nada, casi tan remota como los dominios de los Stone. Cinco minutos antes de llegar, había estado a punto de dar media vuelta, creyendo que el taxista se había equivocado de ruta.

Pero no. La casa de Elizabeth Poulston estaba escondida entre los árboles, lejos del mundanal bullicio y a salvo de mis garras. Hasta ahora.

Seguro que el último de sus deseos era que yo supiera el paradero de su madriguera, pero Mia parecía querer destruir a su hija desde la sombra, usándome para llevar a cabo el trabajito sucio.

Me bajé del taxi y admiré lo que el salario que mi padre le donaba a Martin había conseguido. Básicamente, aquella casa la había construido mi dinero. Me sentí más segura de mí misma y me aproximé a la puerta.

La cara inquisitiva de Elizabeth se plantó frente a mí, pero pronto su gesto se convirtió en espanto.

—¿Qué haces aquí? —preguntó, en un hilo de voz.

—Vengo a darte la oportunidad de redimirte con la memoria de tu amorcito. —Y, sin dar más explicación, entré en su casa, apartándola con un empujón de hombros.

Examiné el interior de la casa. Hubiese creído que nadie en el Reino Unido vivía en un estado más mediocre que nosotros, los Stone, pero Elizabeth había decidido quedarse con el podio. Su casita era muy rústica, con muebles antiguos de segunda mano y tapete del siglo XV.

—Voy a llamar a Zac ahora mismo; no pintas nada aquí —dijo Liz, sin quitarme el ojo de encima. ¿Qué pensaba, que iba a prender su casa en llamas? Quizás, pero aún no.

—El director está muy ocupado directoreando. Vengo en son de paz —le aseguré—. ¿Tienes café?

Elizabeth se cruzó de brazos, como escudándose. Por una vez no quería destruirla y así es como me recibía. Por eso no trabajaba en mis actos benignos: eran infructuosos.

—¿Qué es lo que quieres? —masculló, apretando los dientes.

Puse los ojos en blanco y me abrí paso hacia el salón. Me acomodé en el sofá vintage, esperando que mi extutora se me uniera.

—Vengo a ponerte al día —le dije. Ella se acercó a mí, pero permaneció de pie—. Sé que te hace falta un buen cotilleo. No creo que Martin tenga lo que hace falta para entretenerte.

—Sé lo que hiciste en el funeral de tu padre. Ya no soy tu tutora y por consiguiente no tengo que tolerarte si no quiero. No entiendo por qué no te fuiste a Las Vegas; tu padre me dijo que vivir ahí era lo que más querías en el mundo, y sin embargo preferiste quedarte, y no me digas que fue por tu madre, porque no te creo ni una sola palabra. Te pido que te vayas de mi casa —demandó, pero el tono de su voz tembleque denotaba miedo. ¿De mí? Qué exquisito.

Entorné los ojos, fingiendo pena.

—Oh, Lizzy. No me digas que sigues llorando por Hassan Stone. Estás casada, tienes dos hijos... O algo parecido... ¡Y esta hermosa casita de campo! ¿Qué más podrías pedirle a la vida? Ah, sí. —Me puse de pie y me planté frente a ella. Me sostuvo la mirada, pero vi cómo sus ojos se llenaban de lágrimas rápidamente—. Hubieses preferido que Stone te hubiese elegido a ti hace veinte años. ¿Cuál era tu fantasía? ¿Ser la señora de los internados? Eso hubiese sido muy aburrido. Además, si yo no existiera, ¿qué gracia tendría tu vida?

—¡Lárgate! —explotó, señalando a la puerta—. No tienes corazón. No te duele haber perdido a tu padre.

Abrí la boca, entendiéndolo todo.

3. MALA JANE (Abi Lí) [EDITANDO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora