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1744 ~ Enero.
Alexandre con el corazón en la boca y la impresión de hacer su cometido, se resguardó en el mismo hotel y mismo cuarto. Había hecho una vez más y de nuevo esa atrocidad guiándose por un libro que leyó en su niñez y, que no se sabía si era del todo cierto.
— Acabo de cortarle la cabeza a Leo —Le repitió al espejo del baño viendo su reflejo las salpicaduras de sangre que no había percatado pegadas en su rostro. - ¡Qué barbaridad!
No estaba seguro si eso era cierto, dudaba de su propio cometido, la conciencia y la culpa invadió su ser de aquel que se había convertido... un asesino. Y para empeorar su conciencia, se estaba involucrando más aún en algo que no sabe a lo que se está enfrentando.
Alexander se encontraba aterrado por todo, a punto de estallar y entrar en pánico.
Alexander sólo era un chico que entró a la universidad que lo habían enviado desde Londres a Argentina porque los padres deseaban que terminará los estudios en el país de su origen, dónde es justo pertenecer tener el título de oro. Pero luego en vez de complacer a sus padres acabó por ser arrastrado a lo desconocido más oscuro, tentado a su afición y amor por la ciencia.
— ¿Qué estoy haciendo? —Se preguntó así mismo fregando la cara con fuerza con una mano.
Se sentía ahora confundido y las cosas que había hecho lo iba a atormentar de por vida.
Sabía que tenía elección de escoger; irse y tomar el primer barco está noche, o tratar de detener a Spenso Green de sus atrocidades.
Ese mismo día investigó más aún acerca de La Orden Sobrenaturales y de como hallar la manera para atraer su atención.
Hasta que halló, halló... la respuesta, existía una manera, una manera muy dura de hacer. El rostro de Alexander se le tornó rojo de adrenalina, se estremeció y le dolió al fondo de su corazón; para que ellos se fijaran en él debía ser uno más, uno de las criaturas sobrenaturales.
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— Tarde temprano vendrá hacia mi. No es un tipo de clase que se acobarda, éste no. —El joven, Green se hallaba sentado en un sillón individual con la mejilla apoyado en su puño. - Estuvo conmigo trabajando lado a lado, estudiamos, nos ayudamos..., noté en sus ojos que eran similares a los míos. Esa clase de cuando ves algo, lo quieres y lo tienes. Sabe como pienso...
Era de esperarse, lo que le hizo a Leo, envenenarlo... Ssss, cuando nos volvamos a ver las caras le prometo que el don que le iba a otorgar a mi difunto hijo se lo daré a Von para que no olvide para siempre lo que hizo y así siempre y para siempre nos veamos las caras, no cómo amistad, querrá desear morir porque jamás lo dejaré en paz, ni a su futura familia, ni a sus amigos que se haga, jamás podrá deshacerse de mi.
Uno de los mellizos le interrumpió en su forma de pensar en voz alta:
— Amo, lamento aparecerme así pero... el suero está listo según lo que distaba la lista del libro Gris. ¿Como desea proceder?
— Deseo proceder cuando tenga de rodillas de vuelta a Von para que lo presencia lo va a pasar.
— Amo..., he lo siento, ¿no teme que llamemos la atención de... La Orden?
— Eso quiero, eso quiero ¡Eso quiero!
— ¿Amo?
— Tendré mi propio ejército y cambiaré al mundo, luego iré a por ellos, los ancianos y tendrán que respetarme.
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Luna Naranja
VampireLibro 34 ©2020 Una promesa que jamás se olvida, y queda ahí impregnada en el pasado. Liz dice: "Mi primer amigo que tuve en la infancia fue un vampiro o, eso creía que era amigo mío. Sus intenciones eran otra cosa..." Tres niñas han olvidado su pasa...
