Quackity está muy interesado en el mejor amigo de su hermanastro, incluso, le ha llegado a coquetear.
Pero aquel chico siempre ignora sus coqueteos o se ríe de ellos tomándolo como broma.
¿Por qué parece que todos están en su contra? ¿Por qué no pue...
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Se encontraban cinco adolescentes en aquella oficina, un castaño se encontraba sentado, con sus ropas un poco desarregladas y con una pequeña herida en el labio inferior, otro azabache, se encontraba sentado, sus gafas oscuras se encontraban rotas y tenía una pequeña herida en su ceja izquierda, los otros tres mexicanos se encontraban en buen estado pero ya no había asientos para ellos.
–Ya están felices ¿verdad? –preguntó un tanto enojado el menor.
–Nadie te obligó a ser testigo, boludo. –respondió el de cabello negro mientras se encontraba de brazos cruzados.
–Tengo cosas que hacer después de clases y ahora por su pinche culpa, no podré hacerlas –reclamó con cierto enfado en su voz.
–¿Qué cosas, pelotudo? –preguntó sin interés alguno.
–Verle el culo a Luzu –respondió el castaño con gafas.
Todos en esa oficina comenzaron a reírse del comentario de aquel castaño, todos a excepción del menor, quien se encontraba con un sonrojo notable en sus mejillas.
Las risas pararon cuando un hombre de barba blanca abrió la puerta y vio a los cinco adolescentes que había citado con urgencia debido al alboroto que habían creado en el jardín delainstitución, se adentró a la oficina y detrás de él, lo acompañaba su hijo, un chico de cabello castaño y mirada carmín, quien cerró la puerta detrás de él.
Los cuatro adolescentes intentaron reprimir sus risas pero era dificil contenerse si tenían al chico de ojos rubíes en el mismo sitio que ellos. Quackity sentía las mejillas y las orejas calientes debido a la vergüenza, no era la primera vez que se encontraba en problemas junto a sus amigos, tampoco era la primera vez que Luzu se encontraba inesperadamente al menor en la oficina de su padre, así que está vez no se sorprendido y sólo lo miró fijamente.
–¿Volverás para la cena? –preguntó el hombre mayor mientras tomaba asiento detrás de su escritorio.
–Si, no te preocupes por eso –sonrió levemente y desvío su mirada hacia su padre.
–Está bien, yo iré a casa cuando el turno de la tarde termine su jornada –informó mientras veía fijamente a su primogénito.
–Vale –regresó su mirada hacia el menor y los ojos de ambos se encontraron– le diré a Vegetta que llegarás tarde a casa –dijo serio y se dispuso a salir de aquella oficina, cerrando la puerta detrás de él.
El azabache sentía su corazón latir a una rapidez indescriptible, se podría comparar con el latido de los corazones de un colibrí.
–¿Ahora que pasó esta vez? –preguntó el mayor mirando fijamente a los adolescentes.