El sonido de una pala excavando la tierra resonaba y hacia eco hasta una distancia considerable. Dió unos golpecitos al último montículo de tierra húmeda para compactarla lo máximo posible. Dejó la herramienta a un lado para poder colocar una roca de gran tamaño a la cabeza del montículo a modo de lápida.
—No puedo acostumbrarme a esto— dijo limpiando el sudor de su frente.
—Nadie en la tribu— dijo el anciano con voz cansada sentándose en una gran roca a la orilla del gran río frente a ellos—. Es lo malo de vivir en este sitio.
El chico alto y de negros cabellos sacó de su bolsa una especie de cantimplora de piel de animal para beber algo de agua potable. Hizo una mueca cuando vio el cuerpo de otro infante ser arrastrado río abajo hasta llegar a la desembocadura de éste.
—No puede ser— susurró guardando su cantimplora con prisa.
Su día se había ido en la difícil tarea de dar sepultura a los niños pequeños que llegaban a la desembocadura del río. Apartó el agua alrededor del cuerpo del infante con mucho cuidado.
Las tribus que habitaban en las montañas tenían la horrible costumbre de que aquellos niños que no demostraban ser dignos de pertenecer a sus comunidades eran arrojados cruelmente al agua para morir por las fuertes corrientes intermedias del río. Por lo general se trataba de infantes de no más de dos años que al no presentar los poderes de sus tribus eran desechados por sus padres para no ser la vergüenza dentro de sus tribus, y porque el pequeño al crecer no sería de utilidad en guerras por territorio o para tareas dentro de la comunidad.
—¡Espera, Shinichiro!— exclamó el anciano cuando el chico colocó el cuerpo del pequeño dentro de la tumba que cavó para él—. Creo que le ví respirar.
El chiquillo se detuvo por completo y quedó estático observando al niño para darse cuenta que el anciano no alucinaba. Efectivamente, el infante respiraba. Shinichiro sacó al pequeño del agujero en la tierra con rapidez y corrió hasta sus pertenencias para envolverlo en una manta de piel de oso para darle calor.
Decidieron terminar sus labores por ese día. El niño debía ser llevado de inmediato con la curandera para salvar su vida.
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Era obvio que sus hermanos menores tendrían curiosidad por el bulto de mantas que traía en sus brazos. El niño y la niña corrieron con torpeza a su alrededor tan bulliciosos cómo se puede esperar de un par de chiquillos de cuatro y dos años respectivamente.
—¿Es un juguete?— preguntó el niño rubio subiéndose a una silla para poder mirar lo que su hermano mayor había llevado a casa.
—No— respondió quitando las mantas del bulto—. Es un niño.
—¿Está vivo?— preguntó picando la mejilla del infante algo brusco, provocando el fuerte llanto del pequeño.
Shinichiro rió comenzando a mecer al niño en sus brazos para calmar su llanto. Su hermanita perdió el interés casi de inmediato al escuchar que no se trataba de un juguete por lo que fue a los brazos de su abuelo para ser consentida por él, mientras veía con algo de recelo al niño que se robaba la atención de su hermano mayor.
El anciano le preguntó que haría con el pequeño una vez que se recuperara del todo, a lo que Shinichiro le dijo que la respuesta era obvia: quedarse con él, ya que no había que pensar mucho para saber que el niño no tendría una familia que lo estuviese buscando. Si había sido lanzado al río era porque querían deshacerse de él a toda costa.
—Por sus rasgos puedo asegurarte que al crecer debutará como omega— dijo acariciando el rostro del infante—. Tal vez por eso se deshicieron de él. Pobrecito.
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Resiliencia [Omegaverse] [Tokyo Revengers]
FanfictionTribus que controlan diferentes elementos de la naturaleza habitan montañas, bosques y bordes de ríos, manteniéndose alejados de los asuntos de las otras comunidades. A la tierna edad de dos años, los niños demuestran tener o no el don del elemento...