CAPÍTULO 2

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De camino al restaurante del señor Ping había muchos animales caminando por el pueblo. Era un día tranquilo, sin ataques como lo habían sido casi todos desde que el Guerrero Dragón había regresado al valle de la Paz.
Nuestro equipo de guerreros había llegado al restaurante del señor Ping y se disponían a entrar. Tigresa de nuevo, fue la última en entrar, se quedó unos momentos en la entrada pues algo captó su atención. A la distancia vio a un grupo de cerdos que reían de forma escandalosa. Tenían un aspecto que no era común en los habitantes del pueblo; parecían sucios y desaliñados. Sus ropas no eran las que se acostumbraban ver en la región o en las zonas aledañas, parecían ser más bien de sujetos que trabajaban en las costas o en un lugar donde hiciera mucho calor. Se percató de que los cerdos estaban cargando una carreta que parecía estar escondida en un callejón que salía al bosque de bambú. Cargaban la carreta con varios sacos de tamaño mediano y con algunas cajas grandes.
En realidad no se veian sospechosos, sólo eran unos cerdos de aspecto diferente  y un poco sucios cargando una carreta con sacos y cajas que podían contener cualquier cosa. Fueron sus escandalosas risas las que llamaron la atención de la felina, que habría dejado pasar aquella inocente escena de no ser porque el más grande de los cerdos, que vestía un chaleco de color amarillo y unos pantalocillos negros, se dio cuenta de que Tigresa los observaba. Acto seguido, le indicó a sus colegas que se dieran prisa y volteo para lanzarle una mirada profunda y muy amenazante a la maestra. Luego se dio la vuelta y se fue. Claramente el cerdo no tenía idea de quien era ella.
Tigresa pudo notar que en la cara del cerdo había un rasgo particular; tenía una de las orejas perforadas, como si algo lo hubiera mordido. Trató de pensar si conocía a alguno de los cerdos que había visto, pero no logró asociar sus caras con algún nombre conocido.
Después del peculiar encuentro que había tenido con aquel cerdo, entró en el restaurante, donde sus amigos estaban terminando de saludar a algunos niños que se habían acercado a pedir el autógrafo de su furioso favorito.
Cuando los clientes vieron a la Maestra Tigresa entrar, también se acercaron para saludarla y pedirle un autógrafo. Tigresa seguía pensando en aquellos sujetos, que ahora sí le parecían sospechosos, por lo que no presto mucha atención a lo que los aldeanos le decían. Saludó a algunos sin reparar mucho en ellos y en lo que le pedían, avanzando entre la gente hasta llegar a sus amigos.

-¡Ahí estas Tigresa! ven acércate, estábamos por ordenar - Señaló Grulla que fue el primero que noto la presencia de su amiga en el restaurante.

- ¡Hola chicos, que agradable sorpresa. Hace tiempo que no los veía por aquí!-

- Buen día señor Ping. Es un gusto verlo de nuevo - respondió Mono mientras saludaba al padre de Po con la mano.
Los demás guerreros también saludaron amablemente al señor Ping.

-Hola papá- dijo Po sonriendole a su padre

- Hijo! - Exclamó el señor Ping al tiempo que abrazó fuertemente a Po - Me da mucho gusto Verte. ¿Qué los trae a todos por aquí hoy? ¿Tienen hambre?

- Muchísima señor Ping - respondió feliz mantis

- Bueno en ese caso pónganse cómodos, yo me encargo. ¿Que desean comer? - dijó al tiempo que tomaba su pequeña libreta y su lápiz para tomar la orden de sus clientes.
Víbora y mantis pidieron sopa de ingrediente secreto, grulla una orden de bolas de arroz, mono unos panes de frijol y tigresa su sopa de fideos picante con salsita a un lado.

- Y tú, hijo?-
- Yo quiero unos dumplings y unos panes de fríjol-

- Listo, en un momento les traigo su orden-

- Te ayudo papá- dijo Po siguiendo a su padre a la cocina mientras sus amigos tomaban asiento en una de las mesas.

- Y cuéntame papá, ¿Como has estado?

Sorpresas entre guerrerosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora