CAPÍTULO 36

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Ciudad Prohibida en Pekín, 31 años antes del presente.

Ya ha amanecido. Mi padre ya debe haber terminado su reunión diaria con los ministros y los delegados qué nos visitan todos los días desde las distintas regiones y provincias de China. Esas largas asambleas siempre inician mucho antes de que él sol despierte... Aún así desde hace un año yo también me despierto antes que el sol para prepararme y estar al lado de mi padre acompañándolo, al menos así lo he hecho desde que Zaho dejó la ciudad para poner en práctica su rigurosa formación militar y estar al mando de un pequeño grupo de soldados.

Mi padre no suele hablar mucho de mi abuelo; cada vez que intentó tocar el tema obtengo la misma respuesta evasiva. La única información que alguna vez tuve sobre él la escuche hace años por mi madre, antes de que enfermara:

—Madre, ¿por qué a papá no le gusta hablar sobre el abuelo?

—Antes de que tu padre asumiera el trono... Tu abuelo dejó de reconocer a las personas que amaba. No pudo seguir haciéndose cargo de su querido imperio.

—¿Qué fue lo que le pasó ?

—Nadie lo sabe. Un día simplemente tu padre se dio cuenta de que olvidaba las cosas. Creímos que tal vez estaba agotado por pasar tantas noches en vela leyendo los rollos de peticiones que recibía, pero después de unos meses a pesar de que dormía noches enteras, su memoria no mejoraba; comenzó a olvidar quienes eran los hombres que trabajaban para él.

—¿Qué fue lo que hizo papá?

— Cuando trato de hablar con tu abuelo sobre lo que le estaba pasando, el emperador se enfureció y frente a su secretario, lo llamó traidor. Creía que tu padre era una especie de espía infiltrado desde Japón que quería derrocarlo. Fue cuando ambos; el secretario Heshen y tu padre comprendieron que tratar de convencerlo de abdicar al trono sería completamente inútil.

—Entonces...¿el abuelo enloqueció?

—Algo así. Después de eso, su mente iba y venía sin previo aviso. Tu padre terminó haciéndose cargo poco a poco del imperio...

6 años han pasado desde que mi madre murió, pero recuerdo sus conversaciones como si hubieran ocurrido ayer.

Hace un par de meses mientras pasaba tiempo en la biblioteca buscando escritos (o cualquier tipo de registros) qué pudieran darme más información sobre las cosas que mi abuelo hizo en vida cuando estuvo al mando de China, encontré un pergamino traído desde la provincia de Henan; una invitación por parte de uno del que entonces debió fungir en algún puesto importante del ejército, "La ciudad de Kaifeng estará honrada de recibir a su Majestad para la celebración anual del festival Qingming" decía el viejo pergamino. Me di a la tarea de investigar más acerca de aquel festival qué resultó ser una especie de fiesta donde las personas recordaban a sus seres amados qué habían fallecido, al menos es lo que decían los escasos escritos qué encontré sobre el tema. Estoy segura de que es solo gracias a la escasa información que hay en esos seis rollos qué mi habitación se mantiene como tal, porque es tan poca qué no necesito mucho espacio para extenderlos y leerla.

Como dije antes, lo más probable es que mi padre ya se encuentre de nuevo en su residencia desayunando, y debido a mi ausencia del día de hoy en su reunión con los mandatarios, seguramente no tardará en enviar a buscarme.

—Buenos días princesa

Esa voz solo puede pertenecer a alguien...

—Buenos días Yanus — respondí sin abrir la puerta.

Yanus llegó a la guardia imperial cuando tenía 17 años, supongo que fue esa la razón por la que el primer comandante Shin decidió convertirlo en mi segunda sombra; un casi niño cuidando y acompañando a una niña (yo tenía 9 años). De cualquier forma agradezco que haya sido así, no solo porque a lo largo de estos 9 años se ha convertido en un gran amigo para mí, sino porque realmente habría sido muy difícil ser vigilada constantemente por un viejo aburrido. Supongo que fue la "corta diferencia de edad" en comparación al resto de los guardias lo qué facilitó nuestra convivencia; era fácil convencerlo de llevarme a lugares donde no era común ver paseando a la princesa así como hacerlo cómplice de mis asaltos nocturnos a la biblioteca del Palacio. Aunque ha demostrado perfectamente las habilidades qué lo llevaron a ser uno de los mejores guardaespaldas de mi familia, siempre he creído que es su curiosidad casi tan grande como la mía la qué lo ha impulsado a seguirme en muchas de las aventuras qué he planeado; sus padres llegaron a Pekín cuando él tenía más o menos la misma edad que yo cuando lo conocí, por lo que proveniente de una familia humilde, su mejor opción para darles una buena vida era intentar encontrar un trabajo dentro de la ciudad prohibida renunciando a sus deseos de prepararse como funcionario público al servicio de su país. Él dice que a pesar de no haber podido seguir esa meta, se siente muy feliz con el trabajo que realiza (y vaya que lo demuestra cuando debe hacer uso de la lanza. Pareciera una extensión más de su cuerpo)

Sorpresas entre guerrerosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora