XXIX

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  “He descubierto que no hay manera más segura de saber si te gustan las personas o si las odias que viajar con ellas”.

  Mark Twain

  —¿A dónde vamos? —le pregunto observando por la ventanilla del auto el exterior.

  —Iremos al paraíso —responde con un aire profundo.

  *Río* —¿Cómo es ese “paraíso”.

  —Es un lugar mágico lleno de criaturas místicas y de naturaleza abundante. Un lugar prohibido y sagrado dónde sólo yo, el guardián, tengo permitido entrar. Aunque, tú cómo mi amada mujer, tendrás el privilegio de entrar.

  —¡Qué emocionada estoy, señor guardián! —exclamo siguiendo el juego—. ¿Es un castillo?

  —No, es un...

  De repente, Rey salta desde la parte trasera de la camioneta, agitando su cola, y por su gran tamaño ocupa casi todo el espacio delantero, dificultando que Alessandro siga conduciendo.

  —¡Rey! —grita Alessandro molesto—. ¡Te dije, que te ibas a quedar con Nathalie!.

  —Déjalo tranquilo —respondo y acomodo a Rey sobre mis piernas para acariciarlo—. Él solo quiso acompañarnos.

  —Da igual, me ha desobedecido  —replica—. A partir de hoy, estará castigado.

  Ruedo los ojos ante su contesta y sigo acariciando a Rey. Su pelaje es hermoso y muy suave. Me gustaría tenerlo como almohada.

  —Esta criatura mística es muy suave —comento y lo abrazo.

  —¡Ja!. Me robaste a mi amada mujer, dragón necio —responde refiriéndose a Rey.

  *Río* —Mi dragoncito precioso.

  Al decirle de esa manera, Rey empieza a mover la cola con entusiasmo y saca su lengua.

  —Le gusta que lo llames así —dice Alessandro—, pero no le des cariño solo a él. Yo también merezco un poco de cariño, me pondré celoso.

  —Qué tóxico.

  —Lo dice la mujer que se enojaba cada vez que hablaba con su socia —se burla.

  —No me gustó que la llamaras “señorita”. Eso es todo.

  —Okey, señorita tóxica.

  —Excelente, señorito tóxico.

  Ambos nos reímos a carcajadas por los apodos estúpidos que nos colocamos.

  Nos hemos puesto varios apodos con el pasar del tiempo, cada uno con un significado distinto y con algo especial en cada uno. Lo adoro.

  Unas horas después, noto que empezamos a entrar en un bosque. La carretera es cambiada por un sendero, los edificios por grandes árboles y el ruido de la sociedad por la dulce melodía de la naturaleza.

  —¿Y su castillo, Lord Brown? —le pregunto formando un nuevo apodo.

  —Ya lo verá pronto, Lady Otero.

  Sigo observando el paisaje por la ventanilla del auto, totalmente admirada por la vista. Es totalmente hermoso y diferente.

  —Le comenté hace tiempo que me gusta lo sencillo —dice Alessandro y muestra una pequeña sonrisa—, siempre he sido así. Aunque, eso no quiere decir que no haya tenido grandes metas e invierta en un proyecto.

  —¿Un proyecto? —pregunto con interés.

  —Así es.

  En ese momento, Alessandro cambia del sendero turístico y se dirige a un camino, prácticamente cubierto y olvidado.

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