“La risa es el sol que ahuyenta el invierno del rostro humano”
Victo Hugo.
Hace tiempo, mucho antes de mi accidente, Anthony me estaba empezando a dar mala espina. Se volvió más controlador, noté sus increíbles cambios de humor y varios factores que me hicieron dudar. Claro, antes lo ignoraba, me importaba poco y con tal y no me fuera infiel y poder trabajar, estaba bien.
Tenía una gran venda en los ojos por no prestarle más atención, cometí ese error y ahora, solo dependo de un recuerdo y una prueba que no sé si aún exista, pero esa es mi pequeña esperanza.
Lo tenía frente a mí, un psicópata, alguien que no le pesa la mano para asesinar a alguien solo por beneficio propio. Me parece increíble a lo que puede llegar el poder y la avaricia.
Aunque suene un poco exagerado, mi vida depende de ese recuerdo, al igual que la de Alessandro y la de cualquier otra persona que se cruze en su camino.
—¡Thony! —lo llamo para indicarle que he llegado.
En eso me recibe Santiago, su sirviente, quien muy dispuesto me invita a esperar en el sofá y ofrecerme una bebida.
—¿Dónde está Anthony? —le pregunto, no muy contenta.
—Señorita, él está un poco ocupado, en unos momentos la atenderá —responde con una pequeña sonrisa—. No sea impaciente, le traeré algo de beber.
—Que indignación, ni siquiera me recibe el muy estúpido —respondo, como de costumbre por mi actitud tan brusca y dura—. Tráeme un martini y dile a tu jefe que si quiere me largo de esta casa, que no me cuesta nada dejarlo.
—Como diga —dice inclinando un poco la cabeza y se marcha.
Espero por unos minutos y Anthony no aparece ni Santiago tampoco, mi paciencia llega al límite por este acto.
—¡Es el colmo! —exclamo—. Estoy arta.
Empiezo a encaminarme hasta su habitación y oficina pero no se encontraba allí, busqué a Santiago en la cocina y tampoco estaba. Me pareció extraña tal situación, así que busco por toda la casa.
Al detenerme un momento para pensar, noto que la pequeña puerta que conduce al sótano está abierta. Iba a cerrarla, pero entré para ver si estaba allí.
—Anthony... —lo llamo, pero no estaba.
Solo me alce de hombros e iba a irme a casa, y es en ese momento que escucho un ruido extraño. Miro por todos lados para ver de dónde provenía y veo que uno de los estantes viejos que están aquí está movido.
Muy intrigada, me acerco al estante y hay una puerta de metal detrás.
—¿Que escondes aquí, Anthony Scott? —murmuro.
Abro la puerta lentamente y hay unas escaleras que llevan a un piso subterráneo de dónde sale un horrible olor y se sigue escuchando el ruido. Bajo unos escalones hasta poder ver el interior, cosa que me arrepentí después.
Es una gran sala de tortura, en las paredes están colgadas todo tipo de instrumentos de tortura, la mayoría manchados con sangre vieja. Lo único que iluminaba el lugar era una lámpara que dejaba ver a un hombre sentado sobre una silla de metal, sus manos estaban amarradas con una correa de cuero muy ajustada al igual que los pies y su rostro prácticamente desfigurado. Estaba cubierto de su propia sangre, no podía ni siquiera respirar bien, solo tenía la cabeza baja y se notaban sus lágrimas caer.

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Entre líneas
RomantizmUn día era una famosísima escritora y modista, muy perseguida y admirada por todos a pesar de su arrogancia y orgullo. Luego, el destino le cobra factura arrebatándole sus memorias y despierta de un accidente sin siquiera saber su propio nombre. P...