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"Irlanda y Bulgaria"
Lirya se acercó a ayudar a Hermione para luego ver donde estaba. Habían llegado a lo que, a través de la niebla, parecía un páramo y a Lirya ese lugar le parecía extrañamente familiar. Delante de ellos había un par de magos cansados y de aspecto malhumorado. Uno de ellos sujetaba un reloj grande de oro; el otro, un grueso rollo de pergamino y una pluma de ganso. Los dos vestían como Muggles, aunque con muy poco acierto: El hombre del reloj llevaba un traje de Tweed con chanclos hasta los muslos; su compañero llevaba falda escocesa y poncho.
—Buenos días, Basil —saludó el señor Weasley, agarrando la bota y entregándosela en la mano al mago de la falda, que la echó a una caja grande de trasladores usados que tenía a su lado.
—Hola Arthur —respondió Basil con voz cansina—. Han librado hoy, ¿Eh? Que bien viven algunos... Nosotros llevamos aquí toda la noche... Será mejor que salgan de ahí: Hay un grupo muy numeroso que llega a las cinco y quince del bosque negro. Esperen... voy a buscar donde están... Weasley... Weasley...
Consultó la lista del pergamino.
—Está a unos cuatrocientos metros en aquella dirección. Es el primer prado al que llegan. El que está a cargo del campamento se llama Roberts. Diggory... segundo prado... pregunta por el señor Payne.
—Gracias —dijo Lirya para después ver a Hermione, Harry y Ron—. Nos vemos después.
Lirya fue detrás del señor Diggory y se encaminaron por el páramo desierto, incapaces de ver gran cosa a través de la niebla. Después de unos veinte minutos encontraron una casita de piedra junto a una verja. Lirya vislumbró las formas fantasmales de miles de tiendas dispuestas en la ladera de una colina, en medio de un vasto campo que se extendía hasta el horizonte, donde se divisaba el oscuro perfil de un bosque. Se despidieron de los Wesley y se encaminaron a la puerta de la casita. Había un hombre en la entrada, observando las tiendas. Nada más verlo, Lirya reconoció que era un muggle, probablemente el único que había allí. Al oír sus pasos se volvió para mirarlos.
—¡Buenos días! —saludo alegremente el señor Diggory.
—Buenos días —respondió el muggle.
—¿Es usted el señor Payne?
—Sí, lo soy. ¿Quiénes son ustedes?
—Los Diggory... Tenemos reservada una tienda desde hace un par de días, según creo.
—Sí —dijo el señor Payne, consultando la lista que tenía clavada a la puerta con tachuelas—. Tienen una parcela allí arriba, al lado del bosque ¿Sólo una noche?
—Efectivamente —repuso el señor Diggory.
—Entonces ¿Pagarán ahora? —preguntó el señor Roberts.
