CAPÍTULO 2

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A la mañana siguiente me despierto descansada y llena de energía. Y eso que la noche anterior, cuando llegué a la habitación tenía ganas de matar, y me pasé un buen rato despotricando, conmigo misma, sobre el personajillo ese estirado que parece haberla tomado con una servidora; y como parecía no poder sacármelo de la cabeza, no me quedó más remedio que hacer una llamada grupal, por Skype, para poder hablar con Sheila y Olivia y que ellas me aconsejaran qué hacer al respecto. Sobra decir que se rieron de mí lo que quisieron y más por el desastre de día que había tenido y que, se mostraron más que interesadas, cuando saqué a relucir a Don «no soy así de tieso, es que tengo un palo metido por el culo».

Lo primero que me preguntaron fue: «¿Cómo es? ¿Guapo?». Quise responder que el susodicho era un auténtico adefesio, con cara de palurdo, sin dientes y completamente calvo, pero estaría diciendo una mentira como una casa y no me gusta mentir; así que dije: «digamos que no es un callo malayo». «¿Has pensado mucho la respuesta, ¿no?», Olivia, como siempre, dando la puntadita. «Estaba buscando las palabras exactas para describirlo», contesté. «¿Y cuáles son esas, exactamente?», mi cuñada ya mostraba ese gesto tan suyo, la ceja enarcada, y supe que no pararía hasta que las dijera. «Pues la verdad es que está tremendo. Su aspecto físico es alucinante, lástima que sea tan... tan... estirado, prepotente, arrogante, maleducado...». «Vaya—exclamó Oli—, con esa descripción me recuerda al señor soy un ogro». Pues sí, tenía razón, Daniel había sido un poco capullo también, aunque este otro se llevaba la palma de la palma, de la palma. Les conté cómo habían sido los dos encuentros con él y lo cabreada que estaba por no poder ignorarlo. Lo que no les comenté, fue lo de esa corriente, traicionera, que me recorría el cuerpo cada vez que nuestras miradas se encontraban. «Cielo, reconozco que su comportamiento deja mucho que desear, pero tenía razón, tú también estabas juzgando a ese otro hombre sin conocerlo...». «Lo sé, Oli, y cuando me lo dijo, sentí como si me hubiera dado una patada en la boca». «Rebeca, puede que ese hombre sólo esté de paso, no le des más importancia de la que tiene». «Sí, Sheila, tienes razón. Haré como si nada hubiera pasado, es lo mejor». «Por cierto—dijo ésta—, muy bueno lo de mancharle la camisa, con eso has dejado claro que no te achicas ante nadie». «Pensé en ti después de hacerlo y me sentí genial». Cuando apagué el ordenador, que Luis me había prestado, estaba mucho más tranquila.

Me desperezo y salgo de la cama para darme una ducha, arreglarme y bajar a desayunar, con Luis, antes de las ponencias de esta mañana. A ver si con un poco de suerte hoy logro conocer, al fin, al viejo ver... quiero decir a Lord James. Estoy empezando a sentir verdadera curiosidad por ese hombre. Antes de entrar al baño, dejo sobre la cama la ropa que me pondré hoy; un pantalón de satén rojo, flojo y con puño en los tobillos; una camisa, sencilla, en crudo, y zapatos de tacón, negros. Después, sin querer, la vista se me va al vestido de ayer, con esa enorme mancha de café y no puedo evitar pensar en él. «¿Quién diablos será?».

A las nueve en punto, cruzo la recepción en dirección a Luis, que me espera en la puerta del restaurante del hotel. Me cae bien y, aunque ayer me dijo que le parecían muy divertidos mis enfrentamientos con, cómo quiera que se llame, me gusta; y no porque sea guapo, que también, sino porque es educado, responsable y atento. La mujer que se lo lleve tendrá mucha, mucha suerte.

—Buenos días—me saluda al llegar a su lado—. ¿Qué tal?

—Pues muy bien, gracias. He dormido toda la noche del tirón. ¿Y tú?

—Muy bien, también. Entonces, ¿no tengo que esconder ningún cadáver? ¿No has asesinado a ninguna almohada ni nada por el estilo? —pregunta con guasa mientras me da paso al restaurante.

—Nunca tendrás que esconder mis cadáveres porque entonces tendría que matarte a ti también, y de momento me caes bien—respondo guiñándole un ojo.

Aposté por míDonde viven las historias. Descúbrelo ahora