CAPÍTULO 22

127 15 16
                                    

La mañana del jueves la paso encerrada en mi despacho adelantando todo el trabajo posible, ya que no voy a estar el resto de la tarde, y mirando el reloj cada dos por tres para no despistarme y que Theodore me encuentre aquí al medio día. Mi plan es el siguiente: como sé que es muy puntual y, no dudo de que aparecerá para llevarme a comer, una servidora saldrá por patas una hora antes de que él se presente aquí y así pueda escabullirme sin problema; de lo contrario, no me quedará más remedio que acompañarlo y, sinceramente, no quiero hacerlo. Primero, porque si viene como lord James, en plan toca pelotas, temo que esta noche en el Libertine no sea capaz de morderme la lengua y, si algo tengo claro respecto a mi visita al club, es que, sobre todo, no podré abrir la boca ni para suspirar. Y, segundo, porque, para mi desgracia, necesito muchas horas para mi transformación y, tanto la madre de Mila, como la amiga de su prima, llegarán a mi casa a eso de las cuatro para empezar a obrar magia. No sé si seré capaz de aguantar tanto tiempo con ellas revoloteando a mi alrededor, pero si quiero que el plan de resultado, he de sacrificarme y aguantar el tirón de tan largo proceso. Buff, después de las pruebas de ayer, sólo de pensarlo, ya me da pereza y me pica todo el cuerpo.

A eso de las doce y media, apago el ordenador, recojo mi mesa y suspiro: es hora de largarse. Cojo mi bolso y mi chaqueta del perchero y, antes de que me dé tiempo a salir, entra Mila.

—Ah, ¿vas a alguna parte? —pregunta extrañada al verme con mis cosas en la mano.

—Pues sí, me voy a casa y...

—¿No es muy pronto? —mira su reloj de muñeca y luego a mí.

—Verás, ayer por la noche hablé con Theodore y, sin darme opción a negarme, aunque ya lo había hecho anteriormente, se empeñó en llevarme a comer hoy y no quiero que me encuentre aquí cuando llegue, ¿entiendes? Por eso me voy ahora.

—Entiendo—se hace a un lado para dejarme pasar—. Si no te importa, y ya que estarás arriba, en cuanto Luis se vaya a comer subiré a tu casa, es tontería ir a la mía si a las cuatro tengo que volver.

—Me parece perfecto, procura que Luis no te vea subir, porque si sabe dónde estoy, es capaz de mandar a Theodore a mi casa cuando venga a buscarme.

—Tranquila.

Estoy despidiéndome de ella en su mesa cuando Luis sale de su despacho. ¡Mierda!

—¿Te vas? —frunce el ceño.

—Sí, necesito hacer unas compras para esta noche en el centro comercial y probablemente ya no vuelva por aquí. ¿Dónde nos vemos?

—Siento ser pesado, pero ¿estás segura de lo que vas a hacer?

—Completamente—respondo categórica.

—Bien, entonces a las diez en la puerta del Libertine, ¿sabrás llegar?

—No te preocupes, me las apañaré—asiente y, sin decir nada más y con mala cara, vuelve a entrar a su despacho—. Este está acojonado—le susurro a Mila con una sonrisa.

—Normal, está metido en este berenjenal por su mala cabeza y se siente culpable—se encoje de hombros—. Ya se le pasará.

Me despido de ella hasta más tarde y subo a casa, donde intento relajarme tomándome una copa de vino en la terraza, sin conseguirlo.

Ahora que estoy prácticamente a las puertas del club, reconozco que lo que voy a hacer me asusta un poco. Más que nada porque mi actuación estará bastante limitada. No podré hablar ni reír; tendré que controlar mi forma de caminar y mis ademanes; y, sobre todo, mi temperamento y mi lengua. ¿Estoy preparada para algo así? ¿Seré capaz de ver, oír y callar? ¿O la liaré parda en mi primera incursión en el Libertine echándolo todo a perder? «Por supuesto que puedes hacer todas esas cosas—me digo enfadada conmigo misma—. Es por ti por quién haces esto, Rebeca, sólo tienes que conseguir controlar tus nervios y será pan comido».

Aposté por míDonde viven las historias. Descúbrelo ahora