Ya han pasado cuatro días desde la maldita fiesta del barco y, hoy, sentada en mi despacho mientras espero para reunirme con el arquitecto, Abraham Asbai, y pienso en ella, aún me siento abochornada y, a la vez, no puedo evitar excitarme recreando en mi mente las horas que pasé con Theodore, Theo para los amigos y ya no tan gilipollas integral para mí, en aquel camarote. Abochornada por el espectáculo que di con mi histerismo y mi casi ataque de pánico; por lo mal que, por mi culpa, al verme así, lo pasaron: Luis, Mila, Arthur y el mismo Theodore; por cómo me miraba la gente, ahora soy consciente de ello, cuando al darme cuenta dónde me encontraba, salí de aquel salón atropelladamente sin importarme si me llevaba a alguien por delante; y también por rogar, sí, por rogar; por rogarle a él que me sacara de allí y dejar que me viera en aquel estado, quedando en evidencia. No obstante, reconozco que, si no hubiera sido por todo ello, ahora yo no me quedaría en la inopia tocándome los labios cada vez que me acuerdo de su beso. Un beso que no sabía que anhelara tanto hasta que sus labios se posaron sobre los míos y sentí su cálido aliento en mi piel. Un beso que, aun a pesar de haber pasado varios días, sigue licuando mi sangre. Un beso que fue el detonante de lo que vino después y la mejor medicina para mi locura transitoria.
Para ser sincera, no recuerdo muy bien cómo llegamos al camarote. Sólo sé que nos paramos en cada rincón oscuro de los pasillos, para saborearnos y tentarnos como adolescentes y que, en nuestra desesperación, al menos en la mía, me hubiera importado un comino ser objeto de miradas indiscretas que más tarde se pudieran convertir en cotilleos y mala fama; afortunadamente, Theodore me lo confirmó más tarde, nadie fue testigo de nuestro precalentamiento sexual. Una vez en el camarote, y sin despojarnos de la ropa, él me empotro contra una de las paredes de aquella habitación y nos follamos como locos, desenfrenados, poseídos por un deseo que, o saciábamos urgentemente, o nos consumiría sin remedio. Gemimos... Jadeamos... Pedimos más y nos lo dimos todo, sin medida y, como no podía ser de otra manera, el orgasmo llegó más rápido de lo esperado, dejándonos con la respiración agitada, resollando uno en el cuello del otro y con una sensación de relajación y paz que no había sentido en toda mi vida.
—¿Mejor? —preguntó buscando mi mirada.
—Mucho mejor—sonreí—, gracias.
—¿Puedo saber ahora que ha pasado exactamente? Preston no supo explicarme, y la chica... ¿cómo se llama?
—Mila.
—Ella farfulló algo de un crucero que no llegué a escuchar del todo...
Desenrosqué las piernas de sus caderas y las dejé caer hasta tocar el suelo para apartarme.
—Eh... ¿Qué haces? —protestó reteniéndome por la cintura.
—Lo siento, pero me cuesta hablar de eso teniéndote dentro de mí, además necesito ir al baño, ya sabes...
—Sí, lo siento, estaba tan desesperado por sentirte que no usé protección. Es la primera vez que me pasa y yo...
—No te preocupes, no hay problema con eso, a no ser que tengas una enfermedad, claro.
—Tranquila, estoy muy muy sano. ¿Y tú? —me siguió al baño y apoyó una mano en el picaporte.
—Siento decirte que yo no, ahora, por no usar preservativo se te caerá la picha a trozos.
—Muy graciosa—dijo cerrando la puerta.
Poco después, ya aseada y con todo de nuevo en su sitio, salí del baño y me encontré con que alguien había dejado un carrito con una botella de champán, dos copas y unos canapés.
—Me he tomado la libertad de pedir esto y mandar aviso a nuestros amigos de que estás bien y en buenas manos, para que se despreocupen, espero que no te moleste. ¿Una copa? —asentí acercándome a él—. ¿Y bien?
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Aposté por mí
RomanceJoven, guapa y sexi; impulsiva, divertida y sin pelos en la lengua; positiva, pase lo que pase, siempre ve el vaso medio lleno y no hay nada que le quite el sueño. Sus amigas, Olivia y Sheila, dicen que es una cotilla, una celestina y que se aprovec...