Capítulo 36

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La música es clásica y lenta, demasiado para mi gusto, aun así, me dejo llevar y poco a poco me va cambiando el chip. Ese primer baile, da paso a alguno más, a un par de copas y a carcajadas contagiosas que no puedo contener; Adrien es divertidísimo y muy bueno haciendo que me olvide de casi todo. Digo casi todo porque, desde que nos hemos mezclado con el resto de los invitados en la pista de baile, parece que he conseguido llamar la atención de Theodore, ya que no nos ha quitado el ojo de encima en un buen rato y parece molesto por verme con su hermano; eso, aunque parezca rastrero lo que voy a decir, me satisface y me hace sentir de maravilla, así que, ¡qué te jodan, Theodore!

—Creo que ha llegado el momento de que nos tomemos esa cerveza—me susurra Adrien al oído cuando la última pieza toca a su fin.

—Sí, por favor, necesito sentarme, estos zapatos me están matando.

—Conozco el sitio perfecto para ello, vamos—sin soltarme la mano, tira de mí, cruzamos toda la carpa y salimos al jardín.

Afuera es noche cerrada y han bajado un poco las temperaturas, eso, o es que dentro hacía demasiado calor, porque se me eriza la piel al instante.

—¿Tienes frío?

—Un poco—murmuro.

—Ten—se quita la chaqueta del esmoquin y me la da—, no queremos que te resfríes, ¿verdad?

—Era lo único que me faltaba, ponerme enferma.

Bordeamos la carpa y avanzamos por el camino empedrado de la derecha hasta lo que parece un invernadero de cristal. Adrien mete la mano en el bolsillo de su pantalón, saca una llave, abre la puerta y enciende una luz, tenue; luego, se hace a un lado para dejarme pasar.

—¿Tu lugar preferido de todos es este? —pregunto incrédula.

—Así es, soy bastante raro—sonríe—. Ven.

Caminamos entre las mesas llenas de macetas, algunas vacías y otras repletas de hermosas flores que desprenden un sinfín de olores cautivadores, hasta la parte de atrás, donde hay un espacio amplio, con un banco tapizado en verde, una mesa baja, de madera oscura, y un pequeño refrigerador del que Adrien saca un par de cervezas, heladas.

—¿Por qué te gusta este sitio?

—No lo sé, supongo que porque es tranquilo y nadie suele venir por aquí.

—Pensé que ibas a decirme que era porque te gustaban la jardinería y esas cosas.

—¿Tengo pinta de que me guste cultivar flores?

—No mucha, la verdad—nos sentamos en el banco y me quito los zapatos. Suspiro—. Dios, qué maravilla.

—¿Mejor?

—Mucho mejor. Gracias, Adrien...

—¿Por qué?

—Por convertir un día de mierda en uno mucho mejor—lo miro un instante, agradecida de verdad.

—Lo he hecho encantado—manifiesta tras beber del botellín de cerveza.

—¿Por qué tengo la sensación de que lo de ser la oveja descarriada es un papel que te encanta interpretar? —suelta una carcajada.

—Digamos que me encanta sacar de sus casillas a mi hermano y meterme con él; es tan condenadamente perfecto...

—Nadie es perfecto, Adrien, ni siquiera Theodore.

—Lo sé, aunque él quiere hacernos creer lo contrario, por eso me encanta ponerlo contra las cuerdas—me guiña un ojo—. ¿Cuánto tiempo crees que tardará en aparecer?

Aposté por míDonde viven las historias. Descúbrelo ahora