CAPÍTULO 4

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En mi mente me veo a mí misma dándome cabezazos contra la barra. La imagen en concreto es la siguiente: la Rebeca seria y profesional que dice: «no, no voy a ceder, no voy a darle el gusto», sujeta del moño a la Rebeca lasciva y liberal y la empuja contra la barra mientras grita: «¡loca salida, muérdete la lengua! ¡Nos estás metiendo en un lío!»; mientras que, frente a mí, el hombre pretencioso y arrogante que quiere acostarse conmigo, se ha quedado sin habla y, por lo visto, sin poder de reacción. No sé si echarme a reír o a llorar, la verdad. Finalmente, y ante su falta de respuesta, decido hablar; eso sí, cerciorándome de que mi lengua está perfectamente conectada con mi cerebro.

—Ha sido muy fácil dejarlo sin palabras, querido—le digo y miro a Preston—. ¿Lo ve? Su amigo sólo fanfarroneaba, no hay de qué preocuparse. Si mi cuñada estuviera aquí, le diría: «perro ladrador, poco mordedor», aunque yo prefiero este otro: «dime de qué presumes, y te diré de qué careces»—le dedico una sonrisa y me despido—. Ha sido un placer conocerlo, Preston.

Dejo la copa sobre la barra y, tranquilamente, me giro para alejarme de ese individuo que me provoca y me enerva; que me excita con solo verlo y me hace desear hacerle cosas muy, muy cochinas. De espaldas a ellos, muy digna yo, busco a Luis entre la gente y entonces escucho a Preston decir:

—¿Qué diablos estás haciendo, Theo?

—Divertirme.

—Sabes que es la hermana de Oliver, ¿verdad?

—Lo sé y no me importa.

—Ten cuidado, amigo mío, empiezas a parecerte a esos pomposos aristócratas que tanto detestas.

—No haré nada que ella no desee.

—¿Sabes? Creo que has dado con la horma de tu zapato, querido—el retintín de sus palabras me hace gracia y sonrío.

Durante un buen rato, y ya lejos de ese idiota, sigo buscando a Luis sin conseguir dar con él. El muy traidor ha vuelto a dejarme sola en cuanto apareció su amigo y cuando le vea, me va a oír. Voy hasta la pista, por si estuviera allí bailando, cuando un camarero se para frente a mí y me pone una copa en las manos.

—¿Y esto? —pregunto extrañada.

—Es de parte de Lord James, señorita, dice que la beba usted a su salud—y sin más se va.

Le doy un sorbo a la copa. El champan está frío y refresca mi garganta que, de repente, parece haberse quedado reseca. «¿Dónde estás viejo verde?», me pregunto mirando disimuladamente a mi alrededor. «Sé que estás por ahí observándome, ¿por qué no te dejas ver?». De pronto veo a Luis pasar a mi derecha, a lo lejos, y salir por una puerta. Automáticamente voy tras él.

Le sigo por un pasillo atestado de gente. Se para, flirtea con un par de chicas y ellas ríen, embelesadas. No es para menos, el tío es impresionante y cualquier mujer estaría más que dispuesta a recibir sus atenciones, lástima que sea un cobarde. Camino hacia él, dispuesta a fastidiarle el plan y si hace falta, dejarlo en ridículo. Se lo merece por pollo. Estoy acercándome, cuando él mira por encima de su hombro, me ve, se despide de las chicas y, antes de que dé un paso más, grito:

—¡Eh, pollo! —se gira y me mira con la ceja enarcada.

—¿Pollo? —pregunta, metiendo las manos en los bolsillos, esperándome—. ¿Pollo?

—Sí, eso es lo que eres.

—¿De qué hablas?

—Lo sabes perfectamente. Estabas conmigo en la barra y en cuanto apareció tu amiguito tuviste miedo y te escabulliste como un pollo.

—Ya entiendo—dice tras soltar una carcajada—. ¿No querrás decir como una gallina?

—¡Lo que sea! El caso es que desapareciste y me dejaste sola. ¿Por qué?

Aposté por míDonde viven las historias. Descúbrelo ahora