CAPÍTULO 24

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Cada vez que pienso en lo cerca que he estado de confesar quién era y meter la pata, cuando la noche anterior lord James insinuó que ya me conocía, me dan ganas de darme de cabezazos contra la pared. Afortunadamente Luis anduvo fino y lo evitó viniendo en mi rescate; si no fuera por él, se hubiera montado una buena, fijo. Confieso que los pocos minutos que tardó en aparecer fueron agónicos para mí porque, Theodore, con esa mirada tan oscura y ese gesto enfurruñado, parecía decir a las claras que sabía perfectamente que era yo. Gracias a Dios no era así, lo tuve claro con la intervención de mi compañero.

—Primo Bennet, pensé que ya estaba en el salón... ¿Pasa algo? —Preguntó mirándonos a uno y otro con interés.

—Le estaba diciendo al señor Bennet que tengo la sensación de que ya nos conocemos, le preguntaba si eso era posible.

—Bueno, mi primo es de Londres, puede que alguna vez se hayan cruzado en alguna de sus calles. Aunque dudo que su aspecto estando allí sea el mismo que el de hoy; imagino que no acostumbra a llevar este atuendo normalmente, ¿me equivoco? —sonrío aún con el miedo metido en el cuerpo y niego con la cabeza.

—Creo que tiene razón, Luis, no sé por qué se me metió en la cabeza que ya nos habíamos visto. Mis disculpas, señor Bennet—le quité importancia con un gesto de la mano y me fui con Luis. Él se quedó a nuestras espaldas, observándonos.

—No vuelvas a separarte de mí, ¿entendido? Casi la cagas.

—Tienes razón, estuve a puntito de...

—¿Quieres cerrar la puta boca? —enfadado me guio al salón y allí estuvimos parte de la noche viendo a los caballeros despilfarrar su dinero en juegos varios.

No sólo me dediqué a mirar como jugaban los demás; por decirlo de alguna manera, también estuve controlando a lord James, que se entretenía en una de las mesas con un grupo de chicas y con Arthur; y, al hacerlo, me di cuenta de algo importante que jamás pensé, por mi forma de ser, que yo pudiera experimentar. Sucedió cuando una de las féminas, muy descocada ella y con los pezones sobresaliendo del escote de su vestido, si a eso que llevaba se le podía llamar vestido, claro, se sentó en su regazo y le echó los brazos al cuello. En ese momento sentí algo raro en el centro del pecho que no supe definir, pero que no tardé mucho en darle nombre. ¡Celos! Sí, unos celos irrefrenables que se atoraron en todo mi ser, impidiéndome respirar. Lo tuve claro cuando la mujer, sin ninguna duda, una cortesana en toda regla sacó su lengua a pasear por el lóbulo de la oreja del lord mientras le acariciaba el pecho con descaro. ¡Maldita zorra! Él reía y parecía estar muy a gusto recibiendo tantas atenciones; eso hizo que lo viera todo del color de la sangre. ¡Rojo! ¡Maldito bastardo! Apreté los dientes y rebufé.

—¿Se puede saber qué te pasa?

Al ver que no contestaba, Luis siguió la dirección de mi mirada y sonrío, el muy capullo.

—Ya veo... Será mejor que te calmes y no te dejes llevar por los celos.

—Yo no estoy celosa—mascullé.

—Y yo veo unicornios rosa llenos de purpurina por todas partes...—lo fulminé con la mirada—. Señor Bennet, recuerde que está operado de un nódulo en la garganta y no puede hablar—me reprendió.

Luis tenía razón, o me tranquilizaba o todo se iría al traste. En lo que llevábamos de noche, esta era la tercera vez que cometía la estupidez de dejarme llevar y correr el riesgo de quedar con el culo al aire y no cumplir con mi propósito, que no era otro que apostar por mí. Bueno, la primera había sido el error de traer el teléfono y dejarlo encendido... Respiré hondo, varias veces, pero el aire se había vuelto demasiado denso y no me llegaba a los pulmones.

Aposté por míDonde viven las historias. Descúbrelo ahora