CAPÍTULO 30

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Me despierto demasiado temprano. Bueno, en realidad poco he dormido debido a los nervios, que aún siguen implantados en la boca del estómago. No sé si estoy haciendo lo correcto o, por el contrario, estoy metiendo la pata al aceptar irme a pasar el fin de semana a Londres, pero quiero hacerlo, el cuerpo me lo pide y el corazón me lo exige, así que, como dice mi cuñada, que sea lo que Dios quiera.

Me ducho, me arreglo y dejo mi habitación recogida. En el salón, encima del sofá, está mi maleta lista y preparada para ponerse en marcha. Salgo a la terraza, con un café en las manos, y respiro varias veces con fuerza, intentando calmar esa agitación que colapsa un poco mis pulmones, y, por unos segundos, me quedo contemplando el mar en calma. ¿Algún día me sentiré yo así? ¿En calma? ¿Algún día volveré a hacer las cosas sin tener tantas dudas? ¿Algún día volveré a ser la persona que era? «Es demasiado temprano para que empieces con esas gilipolleces, Rebeca, no le des más vueltas», me regaño mentalmente a la vez que bebo de la taza. «Por supuesto que volverás a ser la misma, sólo es cuestión de tiempo». Vuelvo dentro, termino el café, enjuago la taza, la meto en el lavavajillas y miro el reloj; apenas son las ocho, pero como es viernes, y supongo que tanto Luis como Mila ya están abajo, cojo mis cosas y soltando un hondo suspiro, cierro la puerta tras de mí.

—¿Vienes a leernos la cartilla? —indaga Mila con sorna en cuanto me ve aparecer por el pasillo.

—¿Necesitáis que lo haga?

—Por supuesto, algunas se desmelenan sin pensar en las consecuencias cuando es medianoche—Luis se acerca a mí, evitando mirar a Mila.

—Y a algunos les gustaría hacerlo, pero no tienen con quien.

—Eso es lo que tú te crees, niñata.

Mi cabeza va de uno a otro, como si estuviera viendo un partido de tenis.

—No soy ninguna niñata.

—Pues deja de comportarte como tal.

—A ti lo que te pasa es que estás muerto de celos porque he dejado de acostarme contigo y...

—¡Basta! —grito mirándolos a ambos—. A mi despacho los dos—los fulmino con la mirada—. ¡Ahora!

Dejo la maleta, con rabia, junto a la mesa y comienzo a pasear de un lado a otro mientras ellos guardan silencio. No debería meterme en este embrollo que se traen los dos, pero, como su jefa, no me queda más remido que dejarles las cosas claras.

—Esta actitud en el trabajo se tiene que terminar, chicos. No os voy a permitir a ninguno de los dos que sigáis comportándoos así, ¿me oís? Ambos sois mayorcitos, ambos sabíais en lo que os estabais metiendo al mantener una relación y no voy a tolerar que os faltéis el respeto, al menos cuando estéis en la oficina, lo que hagáis de puertas afuera es cosa vuestra—Mila tiene la vista perdida en el horizonte y Luis en sus zapatos—. Si no sois capaces de comportaros como personas adultas y asumir las consecuencias de vuestros actos, no tendré más remedio que tomar medidas, y juro por Dios que no quiero hacerlo.

—Tienes razón y lo siento, por mi parte no se repetirá—masculla Luis. Mila asiente.

—Por la mía tampoco.

—¿Estáis seguros?

—Sí—responden ambos.

—Bien.

Dicho esto, pasamos a hablar de mi ausencia el fin de semana. En lo que respecta al trabajo, confío en ellos plenamente; en cuanto al tema personal, no las tango todas conmigo. Aunque no lo parezca, Luis es muy temperamental y se siente traicionado por Mila; y ella, bueno, a simple vista parece que lo tiene claro y no quiere saber nada de él, aun así, no sé si consciente o inconscientemente, lo busca, haciéndome dudar de que en realidad sepa lo que hace.

Aposté por míDonde viven las historias. Descúbrelo ahora