Tengo un dilema, sí, uno muy grande y por culpa de una propuesta que Theodore me hizo el domingo, cuando en la madrugada nos despedimos en la puerta del Lust. Me dejó con la boca abierta y sin saber qué decir, y, ahora, no dejo de darle vueltas porque he de darle una contestación, pero ¿cuál? Eh ahí el dilema.
Sobra decir que pasamos las tres noches del fin de semana juntos, pero me da igual, lo digo de todos modos porque me encanta recrear en mi mente esos momentos de desenfreno, de lujuria y de pasión, con él. ¿Masoquismo? Probablemente, porque al hacerlo, me pongo cardíaca y sin poder dar rienda suelta a mi calentamiento corporal, quedándome con las ganas. Sí, así es, cuantos más días paso en su compañía, más ganas de él tengo, lo confieso. Bueno, a lo que iba porque, me pongo a echar polvos mentales con ese hombre y me pierdo, la verdad.
Total, que, el domingo, después de darnos una ducha, conjunta, y volver a ponernos decentes, abandonamos la habitación y, cogidos de la mano, igual que una pareja de las de verdad, bajamos al hall donde, salvo los limpiadores, ya no había un alma. Allí remoloneamos un poco, haciendo a propósito que, el corto recorrido hasta la puerta durase un poco más. Una vez en ésta, aún cerrada, apoyó su frente en la mía y, acariciando mis brazos con lentas pasadas de arriba a abajo, suspiró:
—Mañana me voy a Londres y estaré allí toda la semana.
—¿Toda la semana?
—Sí, hasta el próximo domingo.
—Bueno, entonces al fin podré librarme de ti y de tus dos amigos—enarcó una ceja y me miró sin comprender a quiénes me refería—. Ya sabes, lord James y Theodore—rio con ganas.
—Pues yo tengo la esperanza de, al menos, poder verte el fin de semana...
—Me estás diciendo que no vendrás hasta el domingo... ¿Cómo vamos a vernos?
—Verás, mis padres darán una fiesta el sábado para celebrar sus bodas de oro y me gustaría que tú fueras mi acompañante—ahí fue cuando se me abrió la boca.
—¿Yo? —Pregunté incrédula—. Pero... Pero...
—Sí, tú.
—¿Por qué?
—¿Cómo que por qué? Eres mi pareja, Rebeca, y...
—¿Tu pareja? —lo interrumpí.
—No sé tú, pero yo te considero mi pareja y, como tal, me encantaría que pasases el fin de semana conmigo allí y así poder presentarte a mi familia.
«¡Ay, Dios! ¿Me considera su pareja y quiere presentarme a su familia?», pensé horrorizada y esperanzada a la vez.
—Pero... Pero...—joder, no me salían las palabras.
—Mira, no es necesario que me respondas ahora, tú piénsalo, ¿vale? Iremos hablando por teléfono, porque pienso llamarte cada día, y cuando lo tengas decidido me dices. Yo quiero que vayas, lo deseo con toda el alma—susurró sobre mis labios—, pero no te presionaré y respetaré tu decisión—nuestras miradas se encontraron y tragué saliva antes de que me besara.
Luego, simplemente me quedé allí, parada frente a una puerta por la que él acababa de salir, sin poder reaccionar.
Esa noche, antes de quedarme dormida, me hice un montón de preguntas que, evidentemente, quedaron sin respuesta. Preguntas como: ¿Se había vuelto loco? ¿De verdad me consideraba su pareja o, aquello formaba parte de su estrategia para ganar la apuesta? Y si era una estrategia, ¿por qué llevarme a una celebración tan especial? ¿Por qué querer presentarme a su familia? Y si no lo era, ¿no sería muy precipitado presentarme en Londres para asistir a una reunión familiar de aquella índole? Coño, que apenas hacía tres meses que nos conocíamos... Me levante varias veces a caminar de un lado a otro de la habitación, las malditas dudas por culpa de la apuesta iban a sacarme canas y volverme tarumba. Finalmente cerré los ojos, no sin antes pensar en la reacción que tendrían Oli, mi cuñada y Mila, cuando les contara estos últimos acontecimientos.
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Aposté por mí
RomanceJoven, guapa y sexi; impulsiva, divertida y sin pelos en la lengua; positiva, pase lo que pase, siempre ve el vaso medio lleno y no hay nada que le quite el sueño. Sus amigas, Olivia y Sheila, dicen que es una cotilla, una celestina y que se aprovec...