CAPÍTULO 13

136 19 11
                                    

Verlo ahí, en la puerta del salón, todo vestido de negro, mirándome con esa sonrisa de suficiencia que tanto detesto, tan arrogante, tan altivo y.... tan él, me enfurece. Me siento humillada y burlada por este hombre al que empezaba a mirar con ojos de apreciación, al que estaba dispuesta a dar una oportunidad porque me hizo sentir, en mi momento histerismo del yate, que merecía la pena; en cambio, ahora, después de esto, me doy cuenta de que lo único que ha hecho el muy cabrón, ha sido reírse de mi en mi propia cara. No hay que ser muy inteligente para entender que, si él es Lord James, y en estos momentos yo soy lady Hamilton, la mujer a la que se refiere la apuesta que hace nada acabo de descubrir, es una servidora. Y mi pregunta a todo esto es... ¿Por qué? Lo de la apuesta podría pasarlo por alto porque, al fin y al cabo, no deja de ser un juego. Vale, sí, un juego muy peligroso que, tarde o temprano, acabaría haciéndome daño, pero también uno que podría ganar... «Eso lo piensas ahora porque sabes lo de la apuesta, pero ¿y si no te hubieras enterado de nada y te llegas a enamorar de él?». Cierto, menos mal que hay una parte de mi mente que sigue activa, que si no...

No, no pasaré por alto nada que tenga que ver con él, absolutamente nada. Y mucho menos, el haberme dejado creer que Lord James era un vejestorio al que, alguna vez en su presencia, llamé viejo verde. Por Dios, ¡si es él! ¡Él! ¡Qué vergüenza! No sé si sacar el abanico del bolsito y golpearlo con él hasta que se le incruste en el cerebro o, por el contrario, dejarlo donde esta y, directamente, estrangularlo con el cordoncito que sujeta el bolso a mi muñeca. Automáticamente, oigo en mi mente la voz de mi hermano que masculla: «ni se te ocurra volver a quedar en evidencia, Rebeca». Luego es la imagen de Oli la que veo, con las manos apoyadas en las caderas meneando la cabeza. Por último, también aparece mi cuñada que, de brazos cruzados me dice: «¿de verdad vas a quedarte sin hacer nada? Cielo, el que ríe el último, ríe mejor». Sonrío. Tiene razón, la venganza es un plato que se sirve con la mente fría y que me aportará unas buenas carcajadas, eso seguro.

Consciente de que todas las miradas del salón están puestas sobre nosotros, esperando a que se dé el siguiente paso, decido levantar bien alta la cabeza y mostrar una de mis mejores sonrisas, aunque sea falsa, y hacer como si lo que acaba de pasar, en realidad, no fuera conmigo. Aunque por dentro estoy tan llena de rabia que, si explotara, provocaría una epidemia mundial. Respiro todo lo hondo que me deja el maldito corpiño, y espero a que recorra el salón, con sus elegantes pasos, hasta situarse frente a mí.

—Lady Hamilton, bienvenida, es un honor tenerla en el Libertine—manifiesta con voz alta y clara a la vez que coge mi mano y deposita en ésta un beso cálido.

—Gracias, el honor en mío, milord—mi mirada lo fulmina. Él sonríe.

—Ya veo que ha conocido a mis padres...

—No del todo—interrumpo—, me temo que he cometido una equivocación al confundir a su padre con usted. En realidad, no hemos sido presentados formalmente, ni ellos, ni usted, ni yo.

—Pero usted y yo sí que nos conocemos, milady, y diría que bastante bien y muy a fondo.

—No estoy de acuerdo con usted, milord. Puede que conozca bien mi fondo, pero de mi persona no sabe nada de nada. Además, soy de las que piensa que, nunca hay fondo suficiente para llegar a conocer bien a alguien, para muestra un botón.

—Touché—exclama bajando la mirada e inclinando la cabeza—. Mis disculpas... Mi nombre es Theodore August James IV, futuro conde de Kent, a sus pies, Lady Hamilton.

—Sí, no dudo de que ese será tu lugar, cretino—susurro.

—¿Cómo dice?

—Que la gente empieza a murmurar...—alza una de sus cejas y pregunta insolente:

Aposté por míDonde viven las historias. Descúbrelo ahora