Cada vez que cierro los ojos, me veo en esa cruz atada de pies y manos, con la respiración agitada y deseando que ese desconocido haga algo más que tentarme. Me cabreo y me excito a partes iguales. No tengo muy claro si el cabreo viene porque él haya demostrado tener razón y dejarme en evidencia delante de todas aquellas personas o, por el contrario, dejarme a medias y con ganas de más. Quiero creer que lo primero, porque de ser lo segundo, entonces es que me estoy volviendo completamente loca. Aunque, para ser sincera conmigo misma, ese hombre tiene un magnetismo y un poder sexual que me atrae como la miel a las moscas y eso me desconcierta porque, como le dije a Luis, esa clase de hombres saca lo peor de mí. No soporto la arrogancia, ni el despotismo, ni las muestras de superioridad y él, parece tener el lote completo. Entonces, ¿por qué me tiemblan las piernas y el corazón me bombea con fuerza cuando pienso en él? «Porque debo de ser masoquista», me respondo.
Debería salir de la habitación y bajar a comer, pero, la verdad, tengo pánico a encontrarme con él. Además, me siento avergonzada por mi reacción, no debí darle el rodillazo en sus partes, pero sentí tanta rabia en aquel momento que no pude evitarlo. Si las chicas estuvieran aquí conmigo me llamarían cobarde y con razón; no obstante, todavía no estoy preparada para enfrentarme a él. Miro la hora, cojo el teléfono de encima de la mesilla de noche y escribo un mensaje en el grupo de las chicas por qué no sé qué hacer. Luego me quedo contemplando el techo y, de repente, me incorporo con rabia hacia mí misma. «¿Qué estás haciendo, Rebeca? —me digo en voz alta frente al espejo—. Tú no eres así, haz el favor de dejarte de tonterías y sal de esta habitación. Si le has dado un rodillazo a ese prepotente es porque se lo merecía y punto», acto seguido me encierro en el baño y abro el grifo de la ducha. Se acabaron las lamentaciones y las tonterías.
Antes de que se abran las puertas del ascensor en el hall del hotel, echo un vistazo a mi atuendo en el espejo. Hoy es mi último día aquí y como no tenemos ponencias ni nada que hacer hasta la cena y posterior fiesta de la noche, me he puesto unos vaqueros, ajustados, en gris, y una camisa negra, de encaje y manga corta. Me he dejado el pelo suelto y sólo me he aplicado un poco de rímel y brillo de labios; después me he subido a unas sandalias negras, he cogido el bolso y he salido por la puerta dispuesta a enfrentarme al mismísimo Lucifer si hace falta.
En cuanto salgo del ascensor y doy varios pasos, me paro en seco al ver junto al mostrador de la recepción a mi Luis, y al "señor X", hablando como si se conociesen de toda la vida. Enarco la ceja, al estilo Sheila, y hago lo típico en una película de espías, me escondo detrás de la enorme planta y observo entre sus ramas. «¿Qué hace Luis confraternizando con mi enemigo?», me pregunto confusa. Parecen estar contándose algo muy gracioso porque, aunque no veo la cara de Luis, que está de espaldas a mí, a éste le tiemblan los hombros, como si estuviera riéndose; mientras que el otro, al que sí veo a la perfección, pone los ojos en blanco y deja asomar una sonrisa que le llega a los ojos e ilumina su cara de una manera que acelera mi respiración. Parece relajado y cómodo. ¡Qué guapo es el condenado! ¿De qué se conocen? ¿De qué hablarán? Y si son conocidos ¿por qué Luis no me lo dijo? La curiosa que hay en mí bate las palmas y se pone manos a la obra. Sé de una que va a poner contra las cuerdas a su mano derecha para que le diga qué oculta. Si es que oculta algo, claro, que igual se han encontrado por casualidad y simplemente se están saludando. «Eso no te lo crees ni tú», me dice mi yo, curiosa. Y tiene toda la razón, por ello saco el teléfono del bolso y le marco a Luis.
—Hola, bella durmiente—contesta haciéndole una señal al otro para que guarde silencio.
—¿Bella durmiente? Hace siglos que me he despertado, Luis. ¿Dónde estás?
—Acabo de entrar en el restaurante del hotel, iba a...
—¿Sólo?
—Sí, ahora iba a llamarte para saber si comerías conmigo. ¿Vas a bajar?
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Aposté por mí
RomanceJoven, guapa y sexi; impulsiva, divertida y sin pelos en la lengua; positiva, pase lo que pase, siempre ve el vaso medio lleno y no hay nada que le quite el sueño. Sus amigas, Olivia y Sheila, dicen que es una cotilla, una celestina y que se aprovec...