Capítulo 35

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El baño, con sus sales y sus perlas de espuma, me sienta de maravilla y consigo relajarme y olvidarme de todo. Bueno, de todo no, es imposible no pensar en él, el culpable de que ya no me sienta como la verdadera Rebeca Hamilton por mucho que me lo proponga; aun así, y ya que estoy aquí, sigo en mis trece de pasarlo bien y disfrutar del evento de hoy; para eso he venido, ¿no? No, pues tampoco eso es del todo cierto. La verdad es que he venido para estar con él y pasar el fin de semana juntos, pero, visto lo visto, tendré que consolarme con la segunda opción.

Alison cumple su promesa y, cuarenta minutos después de haberme dejado sola en mi habitación, vuelve a estar en la puerta aporreándola con insistencia.

—¡Pasa! —grito con la cabeza metida dentro del armario buscando el pasador de pelo que adornará mi cabeza—. ¿Dónde demonios lo he puesto? Juraría que estaba aquí...—sí, hablo sola porque no encuentro el chisme—. Ay, mierda, es verdad que está dentro de la caja, con los zapatos y la cartera. Alison, ¿puedes decirme si hay una caja encima del sillón? —no contesta—. ¿Alison?

—¿Buscas esto? —esa voz...

Me quedo quieta, con medio cuerpo dentro del armario y el corazón golpeteándome con fuerza dentro de la caja torácica. Cierro los ojos, me acabo de poner muy nerviosa porque no me esperaba que, después de haberme ignorado toda la mañana, se presentará aquí.

—¿Rebeca?

Cuento hasta diez, compongo una de mis mejores sonrisas, y saco el cuerpo de allí dentro aparentando una calma que no siento. No lo consigo.

—Vaya... Hola, ¿cómo tú por aquí? Sí, es esta caja, gracias, no la encontraba. No sé ni dónde tengo la cabeza, se me había olvidado de que justo lo que necesito estaba aquí dentro—hablo sin parar, ¡putos nervios! Y que él esté ahí mirándome con culpabilidad y sin decir nada no me ayuda—. Alison está a punto de venir a buscarme, pasaré la tarde con ella y tengo que llevar mis cosas, si me dejas...

—Lo siento—murmura.

—¿Qué? —genial, ahora aparte de charlatana también creerá que me he vuelto sorda.

—Lo siento...—suspira, enlaza sus dedos alrededor de mi muñeca y tira de mí, pegando su frente a la mía—. Lo siento...—veo en sus ojos que dice la verdad y me conmueve—. Lo siento mucho, Rebeca, yo...—pongo un dedo en sus labios, silenciándolo.

Lo que sea que fuera a decir, sobra. Me vale con esto; con tenerlo aquí mostrando arrepentimiento por cada poro de su piel. Me pongo de puntillas para unir mis labios a los suyos; un beso tierno, dulce y delicado.

—Rebeca, te he dado más tiempo del que... Uy, perdón, no sabía que...—Alison se queda parada en la puerta muerta de vergüenza.

—No pasa nada, Alison, yo ya me iba—le dice Theodore sin apartar sus ojos de los míos—. ¿Estamos bien?

—Sí—musito con timidez.

—Bien, luego te veo—me besa sin importarle que su hermana esté presente y luego sonríe—. Cuida de ella, hermana, es mi mayor tesoro.

—¿Lo ves? —exclama Alison una vez que estamos solas.

—¿Qué? —lo sé, parezco lela, pero ese es el efecto que Theodore James causa en mí.

—Eres su para siempre.

El tiempo vuela y, para cuando quiero darme cuenta, ya estamos listas para irnos a la capilla familiar. Estas dos horas que he estado en compañía de Alison han sido divertidas; es una gran chica que me tiene totalmente conquistada: risueña, dicharachera, amable, atenta... Parece tenerlo todo y, en cambio, tengo la sensación de que no es del todo feliz; lo que me lleva a preguntarme si tendrá algo que ver con lo que su hermano me dijo aquella vez en el aeropuerto, aquello de que la estaba ayudando a encauzar su vida o algo así. ¿Qué le habrá pasado?

Aposté por míDonde viven las historias. Descúbrelo ahora