—Ha sido horroroso y humillante, es pensar en ello y se me pone la piel de pollo, mira—sentencio a una Mila incrédula por mis palabras.
—Se dice de gallina.
—Me da igual cómo se diga, tú me has entendido perfectamente.
Aún sigo cabreada por el espectáculo de ayer con esa mujer en el Libertine; jamás en mi vida me había sentido tan abochornada, lo juro.
—Vamos, mujer, seguro que no ha sido para tanto.
—¿Qué no? —resoplo—. Imagínate la situación, es... es...
—Puedo intentar ponerme en tu lugar si me lo cuentas—me pide conteniendo la risa.
Y lo hago, desde el principio. Eso sí, omitiendo el monumental cabreo de Luis.
—¿Y dices que la chica en cuestión antes de sentarse en tu regazo habló primero con Theodore?
—Así es.
—¿Crees que lo hizo porque él se lo mandó?
—Conociéndolo y sabiendo que piensa que el señor Bennet es afeminado, no me cabe la menor duda.
—Sí, yo opino lo mismo—le da un sorbo a su café y me mira—. ¿Y qué paso? ¿Acompañaste a la dama a la tarima? —muy a mi pesar asiento y me pongo en pie para servirme otro café.
Estamos encerradas en mi despacho desde que aparecí en éste a las nueve de la mañana y Mila vio mi cara desencajada por no haber podido pegar ojo en toda la noche dándole vueltas a lo ocurrido.
—No tuve más remedio que hacerlo—manifiesto resoplando—. Era eso, o darle la razón al lord en su opinión respecto a mí personaje.
—Así que subiste a la tarima y...
—El salón se quedó a oscuras durante unos minutos en los que, al parecer, alguien se dedicó a colocar unas sillas allí arriba—soplo el café y bebo—. Luego sólo se encendieron tres focos, pequeños, que proyectaban una luz tenue sobre nosotros. Estaba muy nerviosa, muchísimo, me temblaban las manos y las rodillas; si la chica, por cierto, preciosa, no llega a ordenarme que me sentase en una de ellas, seguro que me hubiera caído de culo en cualquier momento—vuelvo a beber de la taza—. La música empezó a sonar y la pelirroja bailó a mi alrededor, insinuante, pegándose a mi espalda y restregando sus pechos contra ésta.
—¡Madre mía! —exclama ahogando una carcajada.
—Me desabrochó la chaqueta y me mordí la lengua cuando sus manos descendieron por mis hombros, con lentitud, y se posaron en mis pechos—me da un escalofrío—. De no ser por las vendas que me puso tu madre alrededor de estos, la tipa hubiera flipado al notar la dureza de mis pezones—confieso para mi vergüenza.
—¡Qué me dices! ¿Te pusiste a tono?
—¡Claro qué me puse a tono! No soy de piedra, Mila, y la pelirroja sabía lo que se hacía, créeme—la muy puñetera se ríe con ganas.
—Esto se pone interesante...
—Sus manos siguieron descendiendo por mi cuerpo y pegué un brinco al sentir la presión ahí, en los pantalones, temiendo que se diera cuenta del engaño, pero en cambio dijo para que todos la oyeran: «la espada del señor Bennet está alzada, esto promete»—digo imitando su voz.
—¿Ves cómo la idea de meter un plátano dentro del calcetín no era descabellada? —sus risas acaban contagiándome y me uno a ella.
—Pues sí, prometo no volver a desechar ninguna de tus propuestas.
—¿Te besó?
—Afortunadamente no, y menos mal, porque de hacerlo, ahí sí que creo que todo se hubiera ido al traste por dos motivos; el primero, porque seguro que se daría cuenta de que mi cara era de un material extraño y parecido a la goma; y el segundo, porque el mordisco que iba a recibir la haría salir corriendo de allí.
ESTÁS LEYENDO
Aposté por mí
RomanceJoven, guapa y sexi; impulsiva, divertida y sin pelos en la lengua; positiva, pase lo que pase, siempre ve el vaso medio lleno y no hay nada que le quite el sueño. Sus amigas, Olivia y Sheila, dicen que es una cotilla, una celestina y que se aprovec...