Estoy en el aeropuerto, con una congoja que no me deja respirar, al ver a mi familia cruzar la puerta de embarque. Ahora estoy completamente segura de que tardaré en volver a verlos y voy a echarlos mucho de menos. Voy a echar de menos las charlas con mi cuñada y Olivia; sus burlas, sus regañinas... pero, sobre todo, sus consejos y sus ánimos. Sé que, a pesar de la distancia, puedo contar con ellas y siempre van a estar ahí para mí, no obstante, en momentos como en este instante, en el que necesito un abrazo como el comer, no será lo mismo. Camino hasta el gran ventanal desde donde puedo ver el avión y apoyo la frente en el cristal, sollozando. También voy a echar de menos a mi hermano, por supuesto. Él es un gran apoyo y, aunque es el que más se cabrea conmigo, por mi impetuosidad y mi ligereza al hablar, la mayoría de las veces sin pensar, es la persona que mejor me conoce y al que adoro con todo mi ser. Y Daniel, bueno, ¿qué puedo decir de él? Es uno de los mejores amigos de mi hermano, por no decir el mejor, y el esposo de mi Oli; un gran hombre que, a pesar de mantenerse al margen la mayoría de las veces y no demostrar a menudo sus sentimientos, con sus dulces palabras y sus gestos tiernos, me tiene conquistada, igual que a todo el mundo, y me consta que me quiere tanto como yo a él. Sorbo por la nariz, limpio las lágrimas que salen a borbotones de mis ojos y...
—¿Rebeca?
El timbre de esa voz al pronunciar mi nombre me paraliza y contengo la respiración. Conocería esa voz ronca y rasgada, entre un millón y en un cuarto a oscuras, por lo que provoca en mí. Nadie ha conseguido hasta ahora que, con sólo pronunciar mi nombre, se me erice el vello de la nuca. Me giro lentamente, a sabiendas de que estoy hecha un desastre, por mi llantina, y lo miro con timidez. Para mi asombro, sus ojos no reflejan burla ni su boca la sonrisa desdeñosa de siempre; al contrario, podría asegurar que, su gesto, ese que la mayoría de las veces parece estar esculpido en granito, está contraído por la preocupación. Nuestras miradas se encuentran...
—¿Qué te pasa? —extiende una mano y la desliza por mi mejilla, arrastrando parte de mis lágrimas con la caricia—. ¿Estás bien? —su dulzura termina por desmoronarme y niego con la cabeza.
—Se... se... han... se han ido—susurro señalando al cristal.
—Ven aquí...
Me acerca a él con delicadeza y rodea mis hombros con ternura, mientras yo entierro mi cara en su pecho y vuelvo a sollozar, con fuerza, abrazada a su cintura y empapando su camiseta con mis lágrimas. Sus manos descienden y ascienden por mi espalda, tratando de calmarme. Y, no sé si es por la calidez de su cuerpo, por su respiración pausada, o, por esos besos tiernos que va depositando en mi cabeza, que lo consigue. Consigue que, poco a poco, mi respiración se vaya acompasando con la suya y la angustia, por ver marchar a mi familia, se vaya disipando; consiguiendo que, una sensación, hasta ahora extraña para mí, y a la que no quiero dar demasiada importancia debido a mi estado, se aloje en mi pecho y me relaje.
—¿Mejor? —murmura alzando mi cara hacia él.
Dios, tiene esa mirada tan intensa, tan profunda y a la vez tan dulce que, podría estar atrapada en ella por toda la eternidad.
—Sí, gracias—respondo.
—Bien—una pequeña sonrisa asoma a sus labios.
«Este Theodore sí que me tendría postrada a sus pies en menos que canta un gallo», pienso deslumbrada por esa sonrisa que tan poco deja ver. Y lo pienso totalmente en serio, lo juro; si siempre fuera así, me enamoraría de él sin pensarlo. Pero no lo es, qué le vamos a hacer.
—¿Qué te parece si te acompaño al baño, te lavas la cara, y luego nos tomamos un café?
—Me parece bien.
Asiente y, para mi asombro, entrelaza sus dedos con los míos y tira de mí para que siga su paso hacia los aseos, que no tardamos en localizar y a los que accedo como si estuviera en una nube. Una vez dentro, me miro al espejo y ahogo una exclamación al ver mi cara. Tengo los ojos enrojecidos e hinchados; el rímel ha dejado un surco ennegrecido por mis mejillas y la nariz parece la de un payaso. ¿Se puede estar más horrible? Ya es tener mala suerte que te encuentres en este estado y la persona en quién menos pensabas, te consuele. En fin, debe de ser que tengo muy mal karma porque no me lo explico... Me lavo la cara con abundante agua fría y la seco con toallitas de papel. Con esta cara no se puede hacer mucho más, así que, resignada, total ya me ha visto en el peor momento, salgo por la puerta y vuelve a entrelazar sus dedos con los míos para guiarme hasta una de las cafeterías.
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Aposté por mí
RomanceJoven, guapa y sexi; impulsiva, divertida y sin pelos en la lengua; positiva, pase lo que pase, siempre ve el vaso medio lleno y no hay nada que le quite el sueño. Sus amigas, Olivia y Sheila, dicen que es una cotilla, una celestina y que se aprovec...