Camina hacia mí y me pongo nerviosa, muy nerviosa para tratarse de mí. Ojalá tuviera una vía de escape, pero, a no ser que me zambulla en el agua y me convierta en sirena, va a ser que no me queda más remedio que enfrentarme a lo que sea que esté por venir. En fin, como diría Oli, a lo hecho, pecho.
—Preciosas vistas—dice mirándome de pies a cabeza.
Si pudiera ver sus ojos, sabría si hay burla en ellos o realmente lo dice en serio: aunque, tratándose de quien se trata, ¿qué más da? Va a matarme igual, así que... Me encojo de hombros y lo observo con detenimiento. Lleva los pantalones vaqueros remangados sobro los tobillos y una camiseta, gris, de manga corta, que le queda perfecta y que me hace tragar saliva, varias veces. Su pose, muy a mi pesar, me intimida y me excita a partes iguales. Nos miramos durante unos segundos, sin decir nada, como retándonos. Joder, siento el pulso latir frenético en las muñecas y el cuello; como no diga algo pronto, me va a dar un telele.
—¿Un caramelo? —ofrece sacando la mano del bolsillo—. Son de menta—sonrío.
—¿Estás insinuando que me huele el aliento? —pregunto con sorna.
—No, pero estoy dispuesto a comprobarlo, si me dejas, claro.
—Me estás tuteando... ¿Significa eso que ya quieres follarme?
—Yo siempre quiero follarte, Rebeca...
Dios, siento que, si esos cristales no estuvieran protegiendo su mirada, una servidora estaría calcinada y echando humo por cada poro de la piel. Apoyo las manos en las caderas, con chulería, y chasqueo la lengua contra el paladar.
—Pues, como diría mi amiga Olivia, va a ser que no—su risa sardónica me molesta.
—Tranquila, capté el mensaje la otra noche cuando al llamar a la puerta de una habitación de hotel, fue una mujer, oronda, y con más pelo en el bigote que en la cabeza, la que abrió—me tapo la boca, ahogando una carcajada—. Adelante, puedes reírte todo lo que quieras; ahora a mí también me hace gracia, pero en aquel momento quise estrangularte.
—No lo dudo... Mira, siento mucho...
—No quiero una disculpa—me interrumpe—, quiero una cita.
—¿Me has seguido para pedirme una cita? —exclamo sorprendida—. ¿Por qué?
—Lo cierto es que estaba en la puerta del Lust buscando la manera de ponerme en contacto contigo cuando te vi salir por uno de los laterales; así que, sí, podría decirse que te he seguido hasta aquí para pedirte una cita.
—¿Te mando a los brazos de la mujer barbuda y tú quieres salir conmigo? —asiente—. ¿Por qué? —vuelvo a preguntar.
—Porque, sin ánimo de parecer pretencioso, que lo soy, hace demasiado tiempo que una mujer no me dice que no y se burla de mí en mi cara; en realidad, ninguna lo ha hecho, sinceramente, y, digamos que me has sorprendido y quiero conocerte.
—Qué suerte la mía—digo con ironía sin tragarme el cuento. Seguro que quiere vengarse.
—Pues sí, cierto, eres una chica con suerte, porque, si me conocieras, sabrías que yo no tengo citas con mujeres, sólo me acuesto con ellas.
—Vaya, me siento halagada... ¿Quieres que me ponga a brincar y a aplaudir ahora o lo dejo para más tarde?
—No estoy hablando en broma, Rebeca, quiero darte la oportunidad de demostrarme si de verdad eres sorprendente o sólo han sido imaginaciones mías.
—Ya veo... Pues mira por donde, voy a rechazar tu amable oportunidad y, ¿sabes por qué? Porque yo no tengo que demostrarle nada a nadie y porque, si me conocieras, sabrías que no suelo salir con hombres que se creen el centro del universo, no me interesan; además, eres pésimo pidiendo citas.
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Aposté por mí
RomanceJoven, guapa y sexi; impulsiva, divertida y sin pelos en la lengua; positiva, pase lo que pase, siempre ve el vaso medio lleno y no hay nada que le quite el sueño. Sus amigas, Olivia y Sheila, dicen que es una cotilla, una celestina y que se aprovec...