CAPÍTULO 19

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El lunes, a pesar de que no tenemos que trabajar porque es nuestro día de descanso, decido bajar al despacho y comprobar por mí misma lo que Mila me comentó ayer: «Rebeca, hemos recibido un total de treinta y seis solicitudes para el club, ¿no es maravilloso?». Claro que es maravilloso, así mismo le contesté. Que sólo en tres días que el Lust llevaba abierto, recibiera tantas solicitudes, era señal de que estábamos haciendo un gran trabajo y que, los que ya nos conocían, habían hablado bien de nosotros. Mi hermano siempre lo dice: «la mejor publicidad es el boca a boca, para bien o para mal». Y tiene toda la razón del mundo. Ahora mismo, contando con las solicitudes que se aprobaron, sigo pensando que se recibieron después de la apuesta en el Libertine, son casi ciento sesenta los miembros con los que contamos. No está nada mal, ¿eh? Soy consciente de que, debido a que estamos en una isla muy turística, algunos de esos miembros estarán de paso, aun así, que quieran conocernos y divertirse con nosotros, me halaga y satisface muchísimo.

Mientras me ducho, pienso en la conversación mantenida con Mila antes de verla desaparecer escaleras arriba, acompañada de Luis. No hay que ser una lumbrera para saber hacia dónde se dirigían, ¿verdad? En cuanto tenga la ocasión, que espero sea pronto, tengo que preguntarle qué hay entre ellos; aunque en realidad ya me imagino la respuesta, quiero que sea ella quién me lo cuente. En la conversación hablamos de todo un poco, principalmente de lo bien que habíamos empezado con las reuniones del club, pero luego, una cosa llevo a la otra y, como no podía ser de otra manera, también hablamos del alocado plan de mi cuñada:

—¿Estás segura de lo que vas a hacer, Pocahontas?

—Ahora mismo no lo sé.

—¿Y ese cambio tan repentino? Porque en toda la semana no te he visto dudar ni una sola vez.

—No me hagas caso, es sólo que hoy estuve con, ya sabes, y me ha hecho dudar.

—¿Cómo que has estado, con ya sabes? ¿Cuándo? ¿Dónde?

Le hablo del encuentro inesperado que tuve con Theodore, Theo para los amigos y, ya no tengo muy claro lo qué es para mí, en el aeropuerto, después de que mi familia subiera al avión.

—Oh, qué tierno y atento, Rebe..., quiero decir, Pocahontas.

—Sí que lo fue, me pilló en un momento vulnerable y, juro que ese abrazo que me dio fue un bálsamo para mí.

—¿Crees que haya podido cambiar de opinión respecto a, ya sabes, y haya dado marcha atrás?

—No tengo ni idea, pero para ser sincera, me gustaría pensar que sí. Si lo hubieras visto, Bambi, tan cariñoso... Sin esa aura de arrogancia y prepotencia que por norma general deja ver... Tan dulce—suspiro y ella me mira con atención—. ¿Qué pasa?

—No te estarás enamorando de él, ¿verdad?

—Pero ¿qué dices? ¿Te has vuelto loca?

—¿A qué ha venido entonces ese suspirito?

—Viene a que el hombre que ayer me consoló en el aeropuerto me gusta y me hizo desear conocerlo de verás, sin la duda de que lo que haga o diga se deba al aburrimiento de unos neandertales y a su arrogancia.

—¿Y qué piensas hacer?

—Salir de dudas, supongo.

—O sea que el plan sigue en marcha.

—Por supuesto. Tengo que colarme en ese club y ver si esa estúpida apuesta sigue adelante o qué. Por el momento, mañana iré a cenar con él y...

—¡No me digas que tenéis una cita!

—Sí, me invitó a cenar y acepté—me encojo de hombros—. El de ayer era un buen momento para que, en el caso de que eso siga adelante, acercarme a él sin que sospeche nada.

Aposté por míDonde viven las historias. Descúbrelo ahora