Capítulo 37

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Son las seis y media de la mañana cuando recibo en el móvil el mensaje de la terminal de taxis en Dover avisándome de que el que he solicitado, ya se encuentra en la puerta de Clover House, esperando; menos mal, porque la noche se me ha hecho eterna aquí sentada en uno de los sillones de mi habitación, conteniendo la respiración cada vez que me parecía escuchar sonidos en el pasillo temiendo que Theodore volviera a aporrear la puerta, al igual que hizo poco después de que me viera subir las escaleras y cuando ya estaba recogiendo mis pertenencias para irme; por eso he esperado hasta ahora, para no tener que encontrarme con él. Cada vez que pienso en ese momento... En esa voz, rasgada y profunda pronunciando mi nombre... En esa desesperación que mostraba por hablar conmigo... buf, me angustio y se me vuelven a llenar los ojos de lágrimas. No, no le he abierto la puerta y, no, no he hablado con él; ya no necesito, ni quiero, su explicación.

Cojo la maleta e, intentando hacer el menor ruido posible, salgo de la habitación, mirando a un lado y a otro del pasillo; todo está en silencio y en penumbras. Camino sigilosa, con la maleta alzada, para que el traqueteo de las ruedas en el suelo no despierte a nadie, y bajo las escaleras.

—Señorita Hamilton, ¿se va?

—Dios, Curtis—digo llevando una mano al pecho—, me ha asustado.

—Discúlpeme, no era mi intención... ¿La ayudo con eso? —señala la maleta y niego.

—No, no es necesario, gracias. Ya que está usted levantado, ¿podría abrir la verja para que el taxi pueda entrar a buscarme? Mi intención era ir caminando hasta la entrada, pero...

—¿Taxi? Pensé que se irían después del almuerzo, el señor James está en la biblioteca y no me comentó nada cuando hace un rato le llevé una taza de té, ahora debe de estar dormido, ¿quiere que lo avise?

¿Avisarlo? ¡Ni de coña!

—Verá, me ha surgido un imprevisto y tengo que tomar el primer vuelo disponible para Ibiza y...

—Hablaré con el señor entonces.

—No, no, Curtis, tengo prisa y el taxi me está esperando.

—¿Está segura? No creo que le guste despertarse y ver que usted se ha ido sin avisar.

—Pues no le diga que me ha visto.

—No puedo hacer eso, señorita Hamilton, mi deber como empleado de los James, es mantenerlos informados de todo lo que pase dentro de la propiedad, ¿entiende?

—Lo entiendo perfectamente y de verdad que no quiero ocasionarle ningún problema, pero lo siento, tengo que irme. Dígales a los señores que agradezco mucho su hospitalidad y que lamento irme sin despedirme—y sin más salgo de la casa.

La fría brisa del amanecer me da de lleno en la cara, espantando las lágrimas que están a punto de desperdigarse por mi cara y, como no me fío de que Curtis no avise a Theodore de que me he ido y lo que menos quiero es que me pille aquí en la puerta llorando, comienzo a dar los pasos necesarios que me llevarán a la salida, sin volver la vista atrás ni una sola vez. El taxi me encuentra a medio camino entre ésta y la casa. Nadie sale en mi busca y nadie nos sigue cuando nos incorporamos al escaso tráfico de la mañana en la autopista; mi corazón vuelve a latir casi con normalidad.

Tras una hora de viaje por carretera, y casi otras dos discutiendo con la chica del mostrador del aeropuerto tratando de cambiar mi vuelo, al final no me queda más remedio que comprar otro billete en primera clase porque es el único disponible. «Anda que no me sale caro ni nada a mí el maldito fin de semana», me digo, aunque el dinero es lo de menos, lo importante es este vació intenso y doloroso que siento en el pecho y que no sé si podré volver a llenar; como si me pillara por sorpresa que esto podía llegar a pasar cuando, en realidad, ya debería de estar más que mentalizada y preparada para ello, ¿no? Pues no. ¿Por qué? Sencilla y llanamente, porque la esperanza es lo último que se pierde, o eso dicen. ¡Menuda patraña!

Aposté por míDonde viven las historias. Descúbrelo ahora