CAPÍTULO 27

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—Tu vida es apasionante, no sabes cuánto te envidio, cuñadita, yo ni siquiera tengo sexo con tu hermano, y no porque no me apetezca, al contrario, estoy más salida que el pico de una mesa, pero él se niega, teme hacerme daño. ¡Idiota!

Llevo casi una hora hablando con Olivia y mi cuñada por Skype, narrándoles lo que ha acontecido desde que el jueves de la semana pasada les enviara la fotografía de mi transformación para entrar en el Libertine y, no es por nada, pero tiene razón, mi vida ha dado un gran giro desde que estoy aquí. Un giro que orbita alrededor de una sola persona, Theodore James.

—Estás embarazada de siete meses, Sheila, supongo que es normal, ¿no?

—Claro que es normal—Oli se ríe—, a todas nos pasa.

—Normal los cojones, estoy así por su culpa, que menos que mimarme un poco y darme lo mío, como mínimo, una vez por semana.

—Asturiana—mi hermano aparece en el recuadrito de la pantalla—, deja de quejarte y piensa en lo seco que me vas a dejar cuando me pilles por banda.

—¡Y una mierda! Si pienso en eso las hormonas me hierven, así que, de pensar, ¡nada de nada!

Soltamos una carcajada y ella nos fulmina con esa mirada láser tan suya con la que más de una vez nos ha atemorizado.

—¿Qué tal va esa puesta, hermanita? ¿Has conseguido anotarte en el libro guía?

—Sí, la otra semana, y no es por nada, pero esta historia me tiene un poco harta.

—¿Y eso por qué? A ti siempre te han gustado estas cosas, ¿no?

—Le gustan estas cosas cuando se trata de los demás, Rubiales, y está harta porque se ha enamorado de él.

—¡Hostias! ¿En serio? —mi hermano me mira con interés.

—¡No estoy enamorada de él, ya os lo he dicho! No niego que me gusta mucho, cada día más, pero nada de amor.

—Olivia, explícaselo tú anda...

—¡No hay nada que explicar! —refunfuño.

—¿Tú te acuerdas hace unos años, cuando yo me puse cabezota con el tema Daniel y Jack Sparrow y tu erre que erre? No me mires así, sabes de sobra a qué me refiero.

—Sí, vale—admito—, tienes razón. ¿Contenta?

—Bueno, cielo, pues esto es lo mismo.

—¡Qué no, coño, que no tiene nada que ver! —bramo cabreada.

—Punto uno: no grites, te oímos perfectamente; punto dos: por supuesto que es lo mismo, dos personas que se conocen, que se atraen, que se acuestan y se mienten para no reconocer lo que sienten, la humanidad somos así de gilipollas, nos encanta complicarnos la vida; y punto tres, sé exactamente cómo te sientes: el corazón te palpita cuando lo ves, sientes un cosquilleo en la boca del estómago y la respiración se te acelera; piensas en él continuamente, deseas que el tiempo se detenga cuando estáis juntos y te ciegan los celos cuando lo ves en actitud cariñosa con alguien que no eres tú. Eso, querida mía, se llama amor, y lo sé porque es lo que yo sentí con tu hermano.

—Y yo con Daniel.

—Así es, hermanita, acojona, pero es la pura verdad.

—Estoy con ellos—Daniel asoma la cabeza también—. El amor es un puñetero, te atrapa sin que te des cuenta y con la persona que menos esperas.

—¡Os odio! —mascullo.

Estoy rabiosa porque, en el fondo, sé que tienen razón, yo misma llevo dándole vueltas a esto desde hace unos días; exactamente desde que me descubrí celosa al verlo con aquella fulana que lo manoseaba a su antojo.

Aposté por míDonde viven las historias. Descúbrelo ahora