En los dos minutos que dura el trayecto, desde la verja de forja que delimita el perímetro de la propiedad de los James con el resto de las fincas, nuestro fuego interior mengua y nuestra libido permanece agazapado esperando otra oportunidad. Antes de que Curtis, el mayordomo, se aproxime al coche para abrirnos la puerta, respiro con fuerza y miro a Theodore, que no parece sentirse mucho mejor que yo.
—Lo sé—musita—, cada vez es más frustrante.
—Demasiado... Me enciendes como a una mecha y luego me quedo sin la explosión final.
—¿Crees que para mí es fácil poner el freno?
—¿Y por qué lo haces? No veo que tengas ningún problema en acostarte conmigo cuando estamos en el Lust; tampoco lo tuviste aquí en Londres aquella noche en el hotel; en cambio, todas las veces que he estado con este Theodore, no con lord James ni con Tarzán, sino contigo, el que no interpreta papel alguno, te reprimes y nos dejas a medias como si no te importara.
—No lo entiendes, ¿verdad? —sus ojos se clavan en los míos.
—Pues la verdad es que no.
—Rebeca... Te deseo todo el tiempo; cuando me miras y hablas; cuando sonríes y tus ojos brillan con picardía; cuando siento tus manos en mi piel, incluso cuando las imagino...
—¿Entonces? —lo interrumpo.
—Sé que puede parecer una estupidez lo que voy a decir, y más con nuestro historial juntos, pero, quiero que cuando nos acostemos sea diferente... Yo no quiero follar contigo, Rebeca, yo quiero hacerte el amor con cuerpo, alma, mente y corazón. Quiero que, cuando nuestros cuerpos se unan formando uno solo, nuestras mentes conecten, nuestras almas se encuentren y nuestros corazones latan juntos. ¿Lo entiendes ahora?
—Sí, y es tan bonito lo que acabas de decir que creo que estoy a punto de pedirte que te cases conmigo—su boca se curva en una sonrisa preciosa.
—¿Eso significa que te gusto un poquito? —pregunta, burlón.
—Más que un poquito—confieso sin apartar mi mirada de la suya.
Curtis elige ese preciso momento para hacer acto de presencia, abrirme la puerta y extender una mano hacia mí, sin variar ni un ápice el gesto serio de su cara.
—Señorita Hamilton.
—Gracias, Curtis.
—Señor, la familia Smith ya ha llegado, se encuentran reunidos en la biblioteca.
—Gracias, Curtis.
Entramos en la casa con nuestros dedos entrelazados y, justo cuando estamos a punto de darnos un beso, una de las puertas se abre y salen la familia James, seguida de más gente. Theodore me aparta, eso sí, con delicadeza y se gira hacia ellos, que se quedan parados en el amplio pasillo, charlando animadamente sin percatarse de que estamos allí. La última en salir de la estancia, es una chica pelirroja y preciosa que, en cuanto ve a Theodore, pega un grito y sale corriendo en su dirección. Me hago a un lado y observo, con atención, la reacción de éste, que parece sonreír embobado; algo que me molesta enormemente.
—¡Theo, mi amor! —éste, abre los brazos y la acoge entre ellos—. ¡Qué ganas tenía de verte!
—Ya somos dos, preciosa—contesta él con una gran sonrisa—, ha pasado demasiado tiempo desde la última vez.
—Siete meses—la chica pone morritos, como si fuera una niña pequeña.
—Mírate, Caitlin, estás preciosa.
—Tú sí que estás guapo, bueno, como siempre.
Creo que voy a meter los dedos en la boca y vomitarles encima. Lo sé, me he puesto celosa y me sienta fatal que, después de haberme dicho esas cosas tan bonitas hace unos minutos en el coche, ahora actúe como si yo no existiera. Joder, la verdad es que me duele que haga esto y la abrace con esa confianza delante de mí.
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Aposté por mí
RomanceJoven, guapa y sexi; impulsiva, divertida y sin pelos en la lengua; positiva, pase lo que pase, siempre ve el vaso medio lleno y no hay nada que le quite el sueño. Sus amigas, Olivia y Sheila, dicen que es una cotilla, una celestina y que se aprovec...